Las falsas promesas
Supone un atrevimiento pensar qué puede ser de este país en poco tiempo. Estamos en un callejón sin salida por mucho que impere el Estado de Derecho, que debe hacerlo. Pero la problemática política en Cataluña es de dimensiones mayúsculas y no es seguro que el 21 de diciembre se resuelva en las urnas; para ello sería preciso que Ciudadanos, PSC y PP obtuvieran una victoria holgada que no será el caso. Está enquistado. Y es arriesgado afirmar que la unidad territorial está garantizada de manera indefinida. El proceso independentista irá más allá de los mártires de turno.
Carles Puigdemont se ha entregado a la policía belga, pero él es una pieza más tan solo. Llegó a presidente de manera rocambolesca porque la CUP no quería a Artur Mas que estaba asociado a la larga sombra de corrupción que planeaba sobre Jordi Pujol. La burguesía y los obreros, por muy independentistas que sean, también tienen sus diferencias; aún el marxismo explica buena parte del funcionamiento de las clases sociales, y las banderas no logran taparlo todo.
Si algo cotiza al alza ahora es la incertidumbre. Hasta los pensionistas de provincias sospechan sobre qué pueda pasar a medio plazo. Añoran la estabilidad del periodo del bipartidismo. Pero no entendían desde la crisis cómo sus nietos no conseguían una incorporación al mercado laboral como la de sus padres. Tu primer trabajo, tus ahorros, tu entrada para comprar el piso y, de paso, formar una familia con niños incluidos. Vamos, el apogeo de la sociedad de consumo. Ellos todavía votan a los dos grandes partidos. Sus nietos no están convencidos por ninguna de las siglas. La confusión es máxima. No hubo el paraíso prometido.
La generación que protagonizó la Transición ya no es la generación central por la que pasa actualmente la adopción de las grandes decisiones. La Gran Recesión de 2008 la relegó. Todos sabemos cuándo el guión nos indica que es mejor dar un paso a un lado. No hay mayor error que no asumir una retirada a tiempo. Por eso este país tiene un problema de brecha intergeneracional. En el fondo, la cuestión catalana es un factor más. Lo principal es que no hay legado que sobreviva. Podemos aspira a laminar el sistema de 1978. Borrón y cuenta nueva.
Mariano Rajoy es el único líder de aquel mundo de ayer de nuestro país. Fue ministro con José María Aznar. Hizo oposición a José Luis Rodríguez Zapatero. Conoce el sabor de la derrota de las noches electorales. Es el guardián de las esencias de ese país de bonanza que se ha tornado maltrecho. El hombre idóneo para muchos mayores que miran la situación de la banca y sus ahorros con el cortado cada mañana. Una sociedad dividida. Perspectivas distintas por edades. Amargo trecho para enmendarlo.
Opinión