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Directo Vegueta se tiñe de blanco con la procesión de Las Mantillas

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Entre borrones, jirones y otros recuerdos vacuos guardo en mi libreta de inolvidables algunas cosas que no te dije por dejadez, pereza u obviedad. Dar las cosas por sentadas esconde verdades a medias y sepulta oportunidades que no volverán, como las fotos que se desvanecen con el paso del tiempo o ante la luz directa del sol. El ahora es efímero, el presente no es una mala película de los 90 con decorados de cartón piedra, increíbles teorías conspiranoicas y actores sobreactuados.

Los farsantes son de carne, hueso y corbata y las víctimas... Las víctimas somos nosotros. Todos. Por eso, en un ejercicio de oportunismo, déjame decirte ahora lo que nunca te dije. Porque no quise, no pude o quizás lo dejé para otro momento. Un te quiero ahora parece ventajista, incluso desesperado. Mejor explicártelo que decirlo ante el riego de no parecer convincente, como aquellos guiones noventeros. Déjame decirte que lo siento, aunque no sea creíble la plegaria o forzada en tiempos apocalípticos. Todo se ha caído a nuestro alrededor. De la noche a la mañana la rutina saltó por los aires y con ella, afloran nuestras inseguridades y tesoros escondidos también. La bonhomía del miedo.

Déjame decirte lo que nunca te dije antes de que sea tarde y retomemos el pulso de nuestras vidas frenéticas y verdades aplazadas. Como dice un amigo, el cementerio está lleno de cosas que no hicimos por orgullo o el qué dirán. O simplemente, añado yo, porque nos creíamos invencibles o dueños de nuestro tiempo. Estúpidos insensatos.

Déjame que te diga lo que nunca, o casi nunca, te dije por si no hay mañana al que seguir aplazando los momentos que aún no he tachado de la lista de pendientes y tonterías varias. Ahora que no nos podemos abrazar y las conversaciones son a través de una pantalla. Lejanas aunque estemos a tan solo unos kilómetros.

Hemos asumido en estos días de incertidumbre y confinamiento que la vida de las personas mayores o enfermas es más prescindible, que son inservibles, como cuando algunos dan a entender que debe tranquilizarnos el hecho de que las muertes por el coronavirus se producen, mayoritariamente, en este núcleo de la población. La realidad, la cruda y triste realidad, es que estamos viendo morir a una generación a la que debemos todo lo que somos y lo que es España, un estado libre y democrático. Una generación que se ha partido el lomo para que sus hijos y sus nietos pudieran tener un futuro mejor del que a ellos les tocó vivir. Por eso, a mis padres y mis abuelos, muchas gracias por lo que soy y que (casi) nunca les dije.

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