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La papeleta más olvidada

La papeleta más olvidada

«Con cada nuevo naufragio, busco a esa Eurocámara que me reclama ahora votarla»

Jueves, 1 de enero 1970

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Apenas nos acordamos que hay elecciones al Parlamento Europeo salvo cuando caemos en la cuenta de que vamos tener que manejar cinco papeletas de sopetón.

Allí estará perdida en el colegió electoral, mostrándose del mismo azul que el mar en el que mueren millones de personas hace ya una cantidad infame de años. Cada vez que se informa de un nuevo naufragio, busco una respuesta de ese Parlamento Europeo que me reclama ahora votarle. Lo que obtengo es lo mismo que las olas acercan a la orilla, cadáveres, barcos de organizaciones no gubernamentales que terminan secuestrados legalmente y rescatadores amenazados con penas de prisión. Todo ello, delante de los ojos de eurodiputados, ciudadanos comunitarios y estados miembros.

Como europeos, somos la envidia de gran parte del mundo, ya sea por disponer de una sola moneda con la que movernos por un ancho territorio, ya sea por el marco normativo que ampara un amplio catálogo de derechos fundamentales.

En esta tensión, entre lo más profundamente inhumano que tiene la política de la Unión Europea y los estupendos avances que llegan a mi cotidianidad, se mueve el sentido de mi voto.

Un voto que, por otra parte, pesa bastante poco dentro de la estructura mastodóntica comunitaria, a pesar de las varias reformas que ha habido de los tratados en los que la Eurocámara ha ido ganando pequeñas parcela de poder . Ésa es la letra pequeña de la campaña electoral más marginada de estos días, como lo es la opacidad que impone el Parlamento Europeo sobre el uso que hacen sus miembros de las subvenciones que reciben.

Así que el destino de esa papeleta azul todavía está por ver, si termina naufragando o sobrevive en una de las cinco urnas.

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