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Los asuntos judiciales en ocasiones suman giros que ni en las películas. Verbigracia, la vista de esta semana en Pamplona por la supuesta violación grupal que sufrió una joven en julio de 2016. Los magistrados han tenido a bien, según se ha difundido por medios diversos, aceptar como prueba, aportada por la defensa, el seguimiento que se hizo a la víctima por detectives privados. Presuntamente para demostrar aspectos de la joven destinados a sembrar dudas sobre cómo es la muchacha.

A cambio, esos mismos magistrados decidieron previamente no considerar como prueba los mensajes que en fechas previas a la presunta agresión sexual se intercambiaron los cinco acusados. Estos miembros de La manada, andaluces, daban a entender que iban a viajar a Navarra con ganas de montar lío.

O lo que es lo mismo, los encargados de dirimir este caso, a priori sí parecen dispuestos a considerar aspectos acontecidos después de los hechos principales; dejando de lado circunstancias de antes de los mismos.

Como bien consideró Morgan en su viñeta del pasado jueves, casi parece que a la víctima no le queda otra que callar, llorar y sufrir. Y así, cualquier intento de recuperación hasta podría emplearse en su contra.

Los indicios apuntan a que la víctima fue forzada. Las declaraciones dadas por varios agentes policiales han coincidido en señalar que la joven no fingió. Falta en consecuencia saber quiénes lo hicieron. Confirmar si presuntamente fueron los cinco acusados o si fueron otros.

Si fueron los ahora sentados en el banquillo, excelente ocasión tienen para dar un ejemplo real de hombría, asumir los hechos y pagar por ello. Y si no fuera así, que al menos no nos quede la sensación de que toda víctima de violencia sexual, demostrado que sí hubo tal, no quede encima expuesta a sufrir desamparo social y judicial.

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