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La mala hora de la RTVC

Jueves, 1 de enero 1970

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Los males de la gobernanza de la Televisión Pública son viejos y el último intento de ganar pluralidad ha sido otro fracaso desde el principio. Dos graves errores preceden a la bochornosa situación en la que hoy se ha instalado la dirección de la tele: la opción por las cuotas políticas que determinó la elección del Consejo Rector y una gran cadena de errores, sólo achacables a la falta de rigor y habilidad profesional de quien, finalmente, y por designación política, ha dirigido el destino de la televisión pública canaria.

A finales de la anterior legislatura, los tres partidos políticos con mayor representación en el Parlamento subvirtieron el espíritu de la nueva Ley de 13/2014 de 26 de diciembre de la Radio y Televisión Pública de Canarias aprobada, según reza en sus consideraciones, para garantizar la objetividad del servicio público que presta. La clave de todo el entramado de la nueva ley está en la elección de los miembros del Consejo Rector y del presidente del mismo, que suponíamos recaería en profesionales independientes, no sujetos a criterios políticos ni a sus directrices tal y como habían cacareado los propios partidos en los trámites parlamentarios y como recoge el propio articulado de la Ley (art. 11.1). Suponíamos que habría un consenso para elegir a profesionales de reconocido prestigio, con un debate en el que primara la solvencia de los candidatos frente a los criterios partidistas con los que se ha regido la televisión hasta la fecha. Los partidos, primeros interesados en el control de la tele, llegaron a un acuerdo torticero, al viejo estilo de los repartos de la política: «Tú nombra a los tuyos y yo a los míos y no nos cuestionamos nada». Ese fue el principio de acuerdo, además de buscar a un presidente de bajo perfil que no molestara ni a uno ni a otros, pero que tuviese claras las fidelidades estampadas en un acuerdo verbal de vasallaje. Es así como llega Santiago Negrín, empleado del grupo Prisa en Canarias y jefe de informativos de la cadena SER, a presidir el Consejo Rector y autonombrarse director, gestor directo y responsable de lo que finalmente vemos en la pantalla de la Televisión Canaria.

Así llegamos al esperpento de la primera criba de candidatos elegidos por el dedo político. El PP, presidido entonces por José Manuel Soria, que en la absoluta esquizofrenia desprecia profundamente la tele hasta el punto de amenazar con «echarle el cierre», es el primer interesado en el acuerdo. El objetivo: meter a dos miembros de máxima confianza que garanticen su presencia y el control que desea ejercer, más allá de cualquier planteamiento riguroso sobre el futuro del Ente. Todos los actos en los que Soria interviene en Canarias tienen una segunda lectura interesada, cuya interpretación última hay que buscar entre los despojos de su peculiar forma de entender y hacer política. Su otra vocación es la de provocador... Y no iba a ser menos en esta ocasión.

La presencia de Juan Santana y su cuestionamiento profesional y político, puesto de relieve por Nueva Canarias, enmudeció a los socialistas, sonrojados por el bochorno del pacto de silencio que habían alcanzado con CC y PP. Hasta ese momento pensaban que se lo comerían y guisarían sin que nadie metiese las narices en el asunto. La afrenta fue de tal calibre que la escasa capacidad ética de los socialistas no dio para admitir públicamente al candidato de Soria. Estoy convencido de que si no hubiera sido Román Rodríguez el que puso el dedo en la llaga, el PSC hubiese engullido a Juan Santana aunque le hubiese provocado una mala digestión.

Los teléfonos ardieron. Clamaron los socialistas y nacionalistas al PP para cambiar las tornas, pero Soria se plantó provocadoramente hasta que alguien le sopló que haría mucho más daño si permitía un acuerdo y rebajaba el perfil político del candidato y elevaba su nivel profesional. En el camino, para oprobio del PSC, Paco Moreno, decide dimitir ante la injustificada presencia de Juan Santana, pero también por el reparto partidista de los miembros del Consejo, tal y como explica en su carta al Parlamento de Canarias. Si alguien tenía avales profesionales era el candidato del PSOE.

Sin renunciar a ese punto de desprecio Soria propone a Alberto Padrón, reconocido militante del partido, fiel hasta la médula y aparente tecnócrata que ha venido apoyando a Santiago Negrín en todas sus iniciativas, lo que le ha valido las lisonjas públicas de éste. El apoyo ha llegado, incluso, a cuestiones en las que se ha bordeado la legalidad y por las que su partido ha tenido que intervenir para reconducir la situación.

En esta última etapa hemos asistido a un auténtico esperpento en la gestión de la RTVC por parte de Negrín. No ha sido capaz de aunar voluntades y criterios en el Consejo, quizás porque tiene un mandato que el resto de consejeros no comparten, y que llevó a la dimisión de dos de ellos, Marian Álvarez, propuesta por CC y María José Bravo de Laguna, propuesta por el PP. Tras esas dimisiones Negrín ha conseguido pudrir, literalmente, las relaciones entre el resto de los consejeros, en un enfrentamiento continuo que ha rozado la violencia, no sólo verbal, sino gestual, en las reuniones. Negrín, preso de un mandato extraparlamentario, quizás ajeno al interés público, no ha puesto ningún empeño en el desarrollo de los órganos que impone la nueva ley para garantizar la pluralidad. Por el contrario, a expensas de la coyuntura, ha hecho del Consejo un auténtico lodazal, un campo de batalla, y de la televisión, un instrumento político que favorece descaradamente a sus jefes y que induce a la sospecha sobre sus intenciones. Esta situación no ha sido ajena al Gobierno, que en determinado momento abandonó a su suerte al propio Negrín con fuertes críticas a su gestión.

A lo largo de estos meses la única acción reconocible de Negrín es haber cubierto todos los puestos directivos de la televisión con las personas de confianza de quien, realmente, le orienta en su gestión, quien le ha ordenado resistir hasta que tenga la cara partida. Perder la perspectiva es fácil cuando es el poder el que te sopla al oído por dónde tienes que poner rumbo en un Ente cuya administración debe ser exquisita, transparente y limpia porque es de todos, no de un solo partido, ni del gobierno de turno. Quizás por eso Negrín se enfrentó a la mayoría de representantes de la ciudadanía en el templo de su representación, en el Parlamento, con argumentos que, como va siendo ya habitual en Canarias, rozan el populismo. «Yo lo estoy haciendo bien, yo tengo la razón, y ustedes, representantes del pueblo, están equivocados y están presos por los poderes mafiosos, por los viejos poderes». Esta es la nueva era política, el nuevo paradigma populista del que se ha contagiado Negrín, la que cuestiona y desprecia la representación popular, precisamente la encargada de nombrarle y controlarle.

No resiste un análisis serio que todos los partidos políticos censuren la gestión del presidente del Consejo Rector y que anuncien su cese si no dimite y que éste se enroque en su puesto, acuse y amenace al poder democrático representado en sus señorías.

En tales circunstancias, cuando se ha perdido la confianza de quien te ha nombrado, del verdadero gestor de la tele, el Parlamento, un profesional que se precia de serlo y que presume de ética lo mejor que puede hacer es dimitir, marcharse a su casa, y no «resistir» como le ha ordenado el único partido que le apoya, Coalición Canaria, que un una larga cadena de errores y de acciones intencionadas, deberá explicar muy bien a los canarios ese apoyo del que, además, hace gala de forma arrogante.

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