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La importancia de lo que de verdad importa

La importancia de lo que de verdad importa

Jueves, 1 de enero 1970

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Después de 58 días de confinamiento, si las cuentas no me fallan, que puede ser porque la noción del tiempo es muy relativa a esta alturas, por fin nos llega la libertad. No en toda su expresión, pero casi, es lo más cerca que he visto la luz para la salida del túnel en todo este tiempo y no me voy a poner tiquismiquis. La Fase 1 ya está aquí y todos los planes hechos a través de videollamadas sinfín y de miles de whatsapp ya pueden hacerse realidad. Pero de todos esos castillos en el aire hay uno que prima en la lista de la inmensa mayoría, ver a la familia. En la mía ya hemos contabilizado cuántos somos, para no pasar el límite de diez personas juntas; si hay alguno en grupo de riesgo, que los hay; a dónde llevar a los niños, primos que sueñan con volver a verse de una forma indescriptible; en qué casa o espacio abierto será mejor realizar el ansiado encuentro...

Si algo ha quedado claro en este largo confinamiento es qué es importante en la vida y qué no. Ni lejanos viajes, ni compras, ni grandes celebraciones, ni visitas a museos, ni conciertos, ni bibliotecas, ni gimnasios... todo eso y más lo hemos podido suplir, de otro modo, en nuestros respectivos hogares. No ha faltado el ejercicio en el salón y a través de estupendas sesiones virtuales; ni lecturas de cuentos y novelas; ni sesiones de cine familiar con roscas y pizza incluidos los viernes por la noche; no ha faltado el teletrabajo, por suerte; ni el telecolegio, con todas sus complejidades; ni si quiera ha faltado, para los más afortunados como yo, tardes al sol en la terraza a golpe de refrescantes manguerazos. Lo único, lo más que he echado en falta en todo este tiempo es el contacto directo, piel con piel, de los míos, ellos saben perfectamente quiénes son.

Así que mañana, después de telebrabajar con más ganas que nunca para terminar en tiempo y forma, toca salir a la calle, después de casi dos meses, coger el coche con la mejor de las compañías a bordo y hacer una ruta que tendrá por destino el triángulo Mesa y López, La Minilla, Negrín para disfrutar de la simpleza de la vida, de lo que verdaderamente importa, de lo que deja huella.

Porque, ¿qué voy a recordar dentro de unos años de esta nueva realidad que nos ha traído el coronavirus? Pues supongo que la memoria, que siempre es selectiva, atenuará lo que hemos pasado y evocará tan solo que por un tiempo no pudimos tocar, ni besar ni abrazar a los que más queremos. Cada uno tendrá su propio ranking de personas imprescindibles, pero seguro que será más reducido de lo que en un principio se pudiera creer.

Dicen que una grave enfermedad, una crisis vital, un duro golpe, cambia a las personas. Supuestamente para mejor. Yo no lo creo. Pero si alguna enseñanza puedo sacar de esta crisis sanitaria y social, como ya otras situaciones más personales me han demostrado, es que la vida hay que vivirla cada día, que los problemas, que lo son, hay que relativizarlos y, sobre todo, que hay que escoger muy bien con quién se quiere disfrutar de los buenos momentos y a quién prefieres tener a tu lado ante los malos. Así que mañana, que empieza una nueva fase en nuestros días, a escoger con cabeza y a derrochar corazón.

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