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Se puede ver estos días en los cines El escándalo Ted Kennedy, la película que recrea el turbio asunto que marcó la carrera política del hermano menor de la saga Kennedy, cuando una noche de fiesta con un grupo de secretarias terminó con una de ellas muertas en un coche caído al río, él escapando y tardando varias horas en dar cuenta de lo ocurrido y toda la fontanería de su partido, pero sobre todo de su familia, tratando de ocultar el incidente.

La película vale más por lo que cuenta que por sus méritos cinematográficos. No inventa nada en el plano artístico y en ocasiones parece incluso un telefilme con un buen presupuesto, con el añadido de un guion en el que el espectador no termina de comprender si se quiso aportar por el realismo o por el humor negro, pues las situaciones son tan grotescas que cuesta encajarlas con la realidad de algo tan dramático. En todo caso, vale la pena sentarse ante la pantalla porque nos enfrenta ante la dimensión humana como parte imprescindible de la vida política. Porque los que se suben a la tribuna pública, ya sea en el poder ejecutivo, el legislativo e incluso el judicial, son personas de carne y hueso. Con sus virtudes y sus defectos. Con su pasado y su futuro por escribir. Con sus cargas familiares, para lo bueno y para, como en este caso, lo malo. O no tan malo teniendo en cuenta cómo salió Ted Kennedy del turbio affaire.

Ayer, leyendo algunas informaciones sobre el viaje del presidente Pedro Sánchez en helicóptero oficial y con gran despliegue de seguridad a la boda de su cuñado, vino a la mente la comparación con los hechos de la película. Salvando las distancias, por supuesto, pero en ambos casos con esa reflexión sobre cómo trazar la frontera entre lo público y lo privado, y cómo las responsabilidades y las exigencias en uno de esos campos afectan al otro.

Lo cierto es que Ted Kennedy sobrevivió políticamente a la muerte de la secretaria. No fue candidato a la Presidencia, pero no es menos cierto que lo intentó formalmente una década después de aquella aciaga noche. La sombra de lo que pasó convivió con él toda su vida pero la sociedad norteamericana fue más que generosa, quizás porque lo enmarcó en la supuesta maldición en torno a los Kennedy, esa que cuenta cómo había un padre que soñó con que sus cuatro hijos se perpetuasen, cual monarquía, en la Presidencia de Estados Unidos y vio cómo uno murió en combate, otro falleció siendo inquilino de la Casa Blanca, el tercero fue asesinado en plena campaña y el cuarto vio truncada la carrera en una carretera.

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