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El tiempo pone a cada uno en su sitio. Algún día tocará hacer balance de lo que fue el paso de Miguel Ángel Ramírez por la presidencia de la Unión Deportiva Las Palmas. Y en el lado negativo contará, y de qué manera, el no haber sabido retener a Quique Setién en el banquillo. El técnico cántabro ha logrado que el Betis esté en la zona alta de la Liga, fuese semifinalista en la Copa del Rey y superase eliminatorias en la Liga Europea. Pendiente de verificarse del todo si Pepe Mel es un revulsivo en el banquillo y el entrenador idóneo para la próxima temporada, cosa que dudo, el conjunto amarillo permanece instalado en tierra de nadie en la Segunda División. Imitando al Club Deportivo Tenerife, tras el descenso de categoría puede ir camino de identificarse como un club de mitad de tabla en el que tampoco Paco Herrera encontró su sitio.

Ramírez es un empresario atípico. No notó los efectos de la crisis económica en su comienzo sino pasado unos años. Sus relaciones institucionales favorecidas por la atalaya que le ofrece el palco del recinto de Siete Palmas le permitió surfear los primeros cursos de recesión. Y ahora relucen las adversidades con la acusación de la fiscal, Evangelina Ríos. Una tendencia que se consagra en el duelo judicial que mantiene con el que fue su hombre de confianza, Héctor de Armas. Una pugna a cara de perro desde que presentó la querella contra el que fuera administrador único de Ralons Servicios y actual propietario de Seguridad Integral Canaria. Son palabras mayores para dos personas que lo fueron todo, se sonreían el uno al otro cuando brindaban, creían que la voluntad del destino estaba con ellos y, sin embargo, de un tiempo a esta parte rivalizan, mantienen desencuentros y palpan la sensación de la traición mutua. Si a esto le sumamos que el hijo de Héctor de Armas jugó de noche a los cochitos de choque en la ciudad con el BMW que desplazó a Ramírez en periodos de esplendor, eso al ego duele.

Ya Toni Cruz no es director deportivo. Ramírez prefirió hacerle caso y lo está pagando caro. Porque Setién hubiera conservado la categoría de oro para la Unión Deportiva Las Palmas que ingresaría más por codearse entre los grandes. Todo empresario debe rodearse de los mejores, de aquellos que aportan valor añadido al proyecto, son críticos desde la honestidad cuando se tercia y no practican la lealtad perruna que, en realidad, siempre esconde lagunas personales. Por supuesto, Ramírez pudo haber tenido su propio olfato y no hacer caso a su guardia pretoriana. De ahí las responsabilidades compartidas que se torna en penitencia para el club isleño en la Segunda División sin perspectivas alentadoras. La gestión de la salida de Setién es un patrón idóneo sobre qué no hacer si se aspira a alcanzar el éxito empresarial según esos manuales al uso que se venden en las terminales de los aeropuertos. Un ejemplo de libro.

Rafael Álvarez Gil

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