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Ya no estamos ante un conflicto entre Administraciones. Un desacuerdo profundo entre el Estado y la comunidad autónoma catalana que, habitualmente, de tratarse de dirimir competencias, irían al Tribunal Constitucional. Tampoco es un reto independentista planteado con elegancia. Para nada. Carles Puigdemont dio largas al requerimiento. Provocación tras provocación, como si fuera un dandi con la intención de llevar siempre las cosas al límite. Evitando así el peso del Código Penal, un daño personal y familiar irreparable pero que él se hubiera buscado en todo caso. Cada uno es responsable de las consecuencias de sus acciones.

Decía Julio Anguita que la política se reducía a las dos orillas. Una era la de su izquierda purificada e inmaculada y la otra donde habitaba el resto sin distinciones, desde el PSOE al PP pasando por los nacionalismos periféricos. Eran otros tiempos, aunque ya había caído el Muro de Berlín, y no existía Podemos. Aquí estamos, otra vez, aunque de otra forma, con las dos orillas. Y sobra decir que Puigdemont se siente dueño y señor de una: la de su pretendida verdad.

¿Qué será de Mariano Rajoy y de Pedro Sánchez en un par de años? Sabemos que ambos de la mano esbozarán las líneas maestras de la reforma constitucional. Entrarán en quirófano a operar al paciente, un país maltrecho por la crisis económica, pero nadie conoce cómo saldrán los dos tras el pulso por largo tiempo que se avecina. A este paso los dirigentes públicos se queman a marchas forzadas, con la excepción de Barack Obama que estuvo en la Casa Blanca los dos mandatos permitidos por ley y Angela Merkel que ha confeccionado Alemania a su estilo propio.

Eso sí, el asunto catalán se ha convertido en una magnífica cortina de humo. No se habla de nada más. La sociedad solo tiene dos opciones: empaparse del tema independentista o ir cada uno a lo suyo. Es como si todo hubiera quedado pendiente de cómo se resuelve el dardo enviado por Puigdemont. Como si fuera algo a corto plazo y la realidad es que el escenario que nazca con la aplicación del artículo 155 de la Carta Magna irá para largo. Ni quiero pensar si esto se mantiene a la par de cuando lleguen los comicios autonómicos y locales de 2019. Aunque para entonces, y de ser así, habrá más banderas y más votos para Rajoy. Vamos abocados a elecciones generales y, en concreto, catalanas más temprano que tarde. Es la solución viable en Barcelona. Y en Madrid el PP no dispone de una mayoría suficiente para semejante danza, salvo que no tenga miramientos en sacrificar al PSOE como cuando la abstención para la investidura de Rajoy. Mucho se ha visto.

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