El bus del campus
A LA ÚLTIMA ·
Aún no me he acostumbrado al espectáculo ofrecido por 20 jóvenes mirando un teléfono sin cruzar una sola palabra
Me gusta el bus urbano. Es un observatorio social magnífico. Debajo de casa, paran el 3 y el 5, que me llevan al centro. El ... número 3 sigue hasta el campus universitario y el destino final del 5 es el polígono industrial. Tienen horarios parecidos y cojo el primero que pasa. Cuando llego a la parada, saludo con un sonoro: «Buenos días», que me basta para saber en qué bus viaja cada cuál: los del 5 responden al saludo, los del 3 siguen absortos en sus móviles y callan. Aún no me he acostumbrado al espectáculo ofrecido por 20 jóvenes mirando un teléfono sin cruzar una sola palabra. Hace 10 años, hubiera sido ciencia ficción. Hoy es la vida misma.
Si monto en el bus de los universitarios, solo se escucha la emisora de radio favorita del conductor. Los viajeros siguen a su bola, o sea, a su teléfono. A veces, hacen cosas tan extrañas como enviar un mensaje a un colega que viaja en el mismo bus. Entonces, levantan la cabeza, se miran y sonríen. Después, vuelven a ensimismarse. Yo pienso que ellos son unos maniáticos del móvil y ellos pensarán que yo soy un extravagante que lee el periódico en papel.
Si llega antes el bus del polígono industrial, todo cambia. Viene lleno de señoras que limpian casas o trabajan en fábricas y talleres. Se conocen todas. Preguntan por la familia, se interesan por avatares y circunstancias y comentan con gracia lo de Tito Berni y lo de Ana Obregón, el precio de la fruta, el calor y la sequía, la vida en suma. En el bus 3, deberían viajar las ilusiones y los proyectos y en el 5, la desazón y el hastío, pero es todo lo contrario: los jóvenes se encierran en su universo imaginario y hermético y las señoras afrontan la realidad con entusiasmo.
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