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A Ricardo Lagares, exalumno de COU. Al despertar una semana tras el último encuentro, «María sabía que su hermano se había suicidado». Tuvo arcadas. Vomitó. Dos días después recibe una carta. Cuando leyó el nombre del remitente se tocó la barriga, como por instinto: tenía mes y medio. Le vinieron a la memoria las palabras de su hermano la noche de siete días atrás: «¿Te apetece hacerlo?». María levantó la sábana y dejó que se tumbara a su lado. Dormían en la misma habitación. Ella, con veinticinco años, ocupaba la litera de abajo; él, con veintitrés, la superior.

Aun no he terminado la lectura de Biografía de la huida, estimado lector, pero cierro el libro para meditar sobre la situación: relaciones sexuales consentidas entre dos hermanos que comparten el mismo secreto. Quizás las palabras del varón nos podrían servir para intentar ordenar la caótica situación: «No sé cómo empezó. No recuerdo la primera vez. Huimos de todo refugiándonos recíprocamente». Y cuando está sobre ella «Veo su rostro bajo mí, en penumbra. Su rostro es el mío. Me estoy amando a mí mismo». Ella lo tiene claro: «Voy a ser madre».

Aunque el tema del incesto en la literatura puede localizarse desde el siglo V a. C. (Edipo rey, obra de Sófocles), quizás fue Emilia Pardo Bazán quien lo inició en España, pues «aborto de ovas y lamas» (Calderón) es «el pez» en La vida es sueño. Pero las citas superiores me llevaron inmediatamente a Tiempo de silencio (1961 / 1962), primera novela del psiquiatra Luis Martín-Santos. Inicia la renovación de las técnicas narrativas en España y, a la vez, rompe con la línea novelística cuyo tema central es la sociedad española (sirva como ejemplo El Jarama -1956- de Sánchez Ferlosio: los protagonistas son un pequeño grupo de trabajadores que un domingo van de excursión al río. Comen, ríen, hablan, se entretienen... pero están vacíos.)

Ambas obras formaron parte del programa oficial de Literatura Siglo XX para el Curso de Orientación Universitaria (COU). No vienen a cuento aspectos técnicos, pero sí recuerdo la perplejidad de muchísimos alumnos cuando en clase analizábamos seleccionados fragmentos de Tiempo de silencio. Por primera vez entraban sin censura en dos temas tabúes: las relaciones sexuales entre parientes -padre e hija- y el forzado aborto, ajeno a cualquier intervención médica. Florita estuvo en manos de un atrevido ignorante cuyas actuaciones -agujas, cuerdas atadas a la cintura, bebidas y agua hirviendo (era conveniente el rezo del rosario)- produjeron fuertes hemorragias y la muerte de la joven.

Tiempo de silencio rompe con el realismo de la etapa anterior y mira hacia autores extranjeros que han revolucionado estilos, maneras de narrar, procedimientos (algunos de ellos ya presentes en Pérez Galdós). Martín-Santos desciende a la más baja esfera social y describe lo que, irónicamente, llamó «los soberbios alcázares de la miseria», chabolas en las afueras de Madrid visitadas por el protagonista de la novela por razones profesionales.

En una de ellas vive el Muecas, a punto de convertirse en padre-abuelo: comparte el colchón grande con su mujer e hijos ya crecidos, mudos testigos de la activa vida sexual del patriarca y sabedores de que a su padre le excita rozar por las noches la pierna de Florita: «Como si no fuera el tabú del incesto tan audazmente violado en estos primitivos tálamos como en los montones de yerba de cualquier isla paradisíaca».

La novela fue para mí una extraordinaria experiencia profesional y humana. Y resultó un gran descubrimiento: los alumnos ni se ruborizaron ni protestaron por los textos para su estudio, aparentemente ajenos al hecho literario. Muy al contrario, las conclusiones a las que llegaron fueron esperanzadoras, de concienciación social. Lo supe cuando, tras la finalización del tema, expresaban sus opiniones por escrito y con mi promesa de que nadie, absolutamente nadie salvo yo leería tales juicios.

Uno de ellos, impactante: Florita era violada por su padre porque vivían en la miseria, ajenos a básicas educaciones y en condiciones animales muy por encima de la elementalidad humana... Fue sometida a una terrible masacre durante el aborto -oficialmente prohibido en la España del COU- por la imposibilidad de recibir atención médica clandestina (es la España de los años cuarenta, dictatorial y ultracatólica): no pueden pagarla. (Sobrecogían algunos comentarios de alumnas, muchísimo más sensibilizadas con el personaje literario de Florita.)

Habíamos dedicado varias clases a dos momentos. Uno, el del aborto minuciosamente descrito, escena cargada de ironías ante dramáticas situaciones («Tratándose de hembra sana de raza toledana pareció superflua toda anestesia, que siempre intoxica»). Toda la miseria -física, humana, social- se dio cita en torno al necio manipulador y el putrefacto espacio en el cual se iba a practicar. ¿El resultado? Podría ser un fracaso, decían. Pero, ¿«no hay acaso muertes también y a veces muy dolorosas y muy insospechadas en los más modernos hospitales de ciudades norteamericanas?».

Otro, la detalladísima descripción del espacio físico en que estaban instaladas las chabolas construidas con latas, láminas de envases de alquitrán, trozos de mantas, uralitas... y «con piel humana y con sudor y lágrimas humanas congeladas».

La oportunidad era única: aunque Galdós formaba parte del programa de 3º de BUP les pasaba a los preuniversitarios el capítulo II (parte primera) de La desheredada, obra galdosiana: detallada y minuciosa descripción del manicomio madrileño en el cual se encontraba recluido Rufete, identificado en su locura con el presidente del Senado. Si el tratamiento que reciben los «internos» de pago es vergonzoso, denigrante e inhumano, ¿cómo sería el reservado para los pobres, «bestias dañinas» según los loqueros («inquisidores de la razón»)? Galdós lo describe sin reparos: jaulas, camastrones, corral más propio de gallinas, bromuro potásico, manguerazos de agua helada, aparatos de tormento, lanzazos, azotes sobre cuerpos desnudos y famélicos...

Concienciación social a través de la literatura. Otra literatura desprovista de bellas metáforas, ensoñadoras rimas, belleza formal. Pero, eso sí, electrizante literatura, descargas de trillones de megavatios. Y técnicas narrativas revolucionarias avaladas por Proust, Joyce, Faulkner, Kafka, Galdós, Cervantes... (¡Ay, aquel COU cargado de invitaciones al pensamiento...!)

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