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Fútbol

Jueves, 1 de enero 1970

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No hay nada más vacío de contenido que el prejuicio fácil. Y eso lo saben bien los aficionados al fútbol, confinados asiduamente a la trinchera de la ignorancia por aquellos que se sitúan en un paso más allá de la superioridad por su rechazo a lo que sucede en un campo de juego. Que los hay a patadas.

El fútbol puede ser un extraordinario vehículo de comunicación. Por ejemplo, poco enseña más sobre geografía que la vieja Copa de Europa, hoy convertida en la bursátil Liga de Campeones.

Pero, frecuentemente, los que intentan defender el deporte desde sus valores quedan bajo la superficie por culpa de aquellos que suelen hacer más ruido, caer en lo más bajo. Esos que solo transmiten fanatismos, tan fervorosos, y peligrosos, como los que solo ven por los ojos de su religión.

Esos que incluso están recabando firmas en Internet para tratar de evitar que el dolido orgullo de Cristiano Ronaldo, y su excelente situación financiera, se vea mordido por su delito económico. Justo como hace meses ocurrió con Messi.

O aquellos que protagonizan una cruzada de insultos y descalificaciones en las redes sociales, desde una isla a otra, con la participación del Tenerife en la promoción de ascenso a Primera División como subterfugio. Porque cualquier cosa vale para enfangar una rivalidad.

De eso tiene mucha culpa el establishment mediático, que como mecanismo comercial han preferido ocupar el espacio de los ultras, sin filtros. Promoviendo gritos, bendiciendo el desprecio al rival antes que fomentar el simple afecto hacia los colores que te representan.

Esos hacen muy difícil defender el fútbol como lo que en muchos casos es. Sin ir más lejos como alimento para intelectuales, gasolina para creadores inconmensurables como Roberto Fontanarrosa o Miguel Delibes.

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