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Francisco Tarajano, entre el aula y la calle

Francisco Tarajano, entre el aula y la calle

«El drama de la existencia es visible en sus versos, el hombre ya maduro cuyo cuerpo ha sido golpeado por el paso del tiempo y con el ‘galletón’ molinero cuya mirada se desparrama sobre la graciosa beldad de una niña que le sonríe».

Jueves, 1 de enero 1970

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Francisco Tarajano Pérez acaba de morir: al fin se ha impuesto la mar como final de la vida. Ya lo anunciaba, lo adelanta él mismo en sus versos: «Las olas me golpean / en el muro del alma». Y un día de este noviembre el muro se desmoronó: había aguantado el embate del tiempo durante noventaicuatro años (¿acaso los medios güisquis?).

Mediaba mayo (1989) cuando abandonó las aulas por imperativo cronológico: era llegado el momento para la jubilación de un hombre que también supo vivir intensamente los veintinueve años posteriores. Pero si el protocolo administrativo le impedía seguir sembrando palabras entre sus alumnos, otras se hicieron cuadernillo refundidas por el Seminario de Lengua Española y Literatura del Instituto Pérez Galdós (Ana Acosta, Mariana Álvarez, María Dolores Antón, Celso Bañeza, Santiago Cabrera, José Luis Correa, María Jesús García, Rosa Elvira González, Jacinto Hernández, José Antonio Luján, Rosa Moreno, Francisco José Navarro, José Luis de la Nuez, Esperanza Ramírez, Paloma Rodríguez, Rosa María Rodríguez y yo).

Diecisiete profesores del Pérez –diecisiete compañeros del mismo departamento– seleccionamos por criterios temáticos trece poemas suyos publicados y les dimos forma de homenaje en un librito de veintiséis páginas: Poemas. Francisco Tarajano (la portada es de Agustín Bautista, correspondiente de Dibujo).

Con dedicatoria, claro: «A este hombre de vida y alma bondadosas, riguroso en la docencia, enhiesto frente a la eternidad que marcarán los tiempos nuevos. Y sus nuevos amaneceres irán a la búsqueda de otras experiencias, tal vez regadas por los mismos vientos que, mansamente, fortalecieron su nacimiento a las realidades y los sueños. Recibe, Paco Tarajano, este trozo de vida que estamos haciendo» (Hoy, a los veintinueve años del ya muy lejano 1989, cuando el ciclo vital del profesor finaliza a perpetuidad ligero de equipaje a la manera machadiana, confirmo el riguroso cumplimiento del texto arriba transcrito).

Días antes de la jubilación participé con dos profesores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (doctora Escobar Bonilla y doctor Páez Martín, prologuista de Orillas del Guayadeque) en el primero de los homenajes, salón de actos del Pérez Galdós. Ambos, rigurosos con voces, ideas y opiniones, las usaron también para diseccionar su obra y caminar por los títulos poéticos que le dan cuerpo, las más de las veces cargados de versos octosílabos a la manera popular: «En su obra entran los emigrantes, los campesinos, la gente sencilla de las comarcas apartadas, con la dignidad de su sobrio vivir, sin los excesos del pintoresquismo».

Así la define el novelista y periodista Luis León Barreto (forma parte de Escritores en el alba del siglo XXI), a quien acompañé (Club de Prensa Canaria, 1985) para presentar Repasando caminos. Caminos vulnerados, acaso el decimotercer libro de Tarajano. Y como ya desde el prólogo el poeta insiste en su intencionalidad («Quiero hablar de cara al hombre de la calle»), la presentación del periodista–novelista fue rigurosamente acertada, como cuando se refiere a «unos riesgos técnicos» o a «la poesía neopopular y neosocial que denuncia la postración de la sociedad canaria, participando del ciclo magua –exaltación– magua, constante fácilmente apreciable en toda la poesía de Tarajano, en la que hay fases retóricas y discursivas frente a otras más descarnadas».

Acertó el autor de Las espiritistas de Telde pues, en efecto, hay arraigados contenidos sociales (así lo expresé durante el acto), comportamientos éticos que manifiestan rechazos y repulsas ante situaciones injustas: «Los hijos del aparcero / nunca tuvieron zapatos. / Zapatos fueron sus cueros / con suelas de ásperos callos».

Y bien lo sabía Tarajano: el ingeniense/agüimense profesor vivió desde su infancia la injusta distribución de tierras, aguas, trabajos y desesperanzas como en Gáldar, La Aldea, Telde, San Bartolomé, Santa Lucía, Firgas... cuando la familia se abandonaba al amo desde las primeras luces del alba hasta los ya oscuros anocheceres cual si de etapas feudales se tratara, que eso era: feudalismo medieval mientras los cuerpos malviven hacinados entre cuatro paredes sin luz, retretes o un vital chorro de agua para restregar legañas de madrugadas... (eche usted, estimado lector, un vistazo a los números 9, 16, 19... de la revista canaria Sansofé, año 1970. Entenderá el estertor vital de Tarajano frente al látigo del capitalismo.)

Olvida a veces –no le resulta lo más importante– el cuidado formal, bien es cierto: le interesa resaltar su compromiso con la tierra canaria, paisajes, paisanaje, hablas de campesinos y sectores populares que no son hablas de chusma, vulgares en sentido despectivo. No. Como riguroso investigador de lo oral y lo escrito, Tarajano incorpora a su obra un largo listado de voces (magua -también en Cuba, Puerto Rico-, ajijido, baifita, beletén, julear, alpispa, galletón...), muchas de ellas no registradas por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) pero sí presentes en el Diccionario Básico de Canarismos –2010–, de la Academia Canaria de la Lengua. Lo dejó hablado el mismo Tarajano: le parece lícito «utilizar el suave y melifluo acento canario al escribir».

A propósito de Silbos de mi tierra / Orillas del Guayadeque, CANARIAS7 (1983) me dio la oportunidad de apuntar («Francisco Tarajano, un poeta existencial») algunas constantes presentes a lo largo y ancho de la obra inicial. Una de ellas es el tema de la angustia vital, de la agonía ante la vida o, mejor, ante comportamientos visibles a lo largo de la vida. Otra es la presencia de la muerte, como apunté al comienzo.

El drama de la existencia es visible en sus versos (Arrugado invierno, Molino quieto... incluidos en Silbos... / Orillas...). Por una parte, el hombre ya maduro cuyo cuerpo ha sido golpeado por el paso del tiempo («el serrucho del tiempo me desgaja / las ramas de mi mustia enredadera»). Por otra, el galletón [adolescente] molinero cuya mirada se desparrama sobre «la graciosa beldad» de una niña que le sonríe mientras el viento se lleva «los sueños hacia la mar...».

Francisco Tarajano, en fin, virtuoso «del verbo poético sencillo» al decir del profesor Jesús Páez Martín. Apreciado colega, hombre bueno...

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