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Directo Rueda de prensa de Sergi Cardona previa al Barça-UD

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Un ejército de votantes tomó ayer las calles en representación, directa o indirecta, de los millones de pensionistas. Estos son la espina dorsal de aquellos grandes triunfos en las urnas del PP y del PSOE. El último reducto del bipartidismo. Una clave a tener en cuenta, que invita a entenderse, si populares y socialistas desean seguir siendo las dos primeras fuerzas y no verse aún más mermados por Podemos y Ciudadanos. Fueron la base electoral de las postrimerías de Felipe González en La Moncloa. Y también los que depositaron la esperanza en Mariano Rajoy dándole mayoría absoluta en 2011 sin que todavía irrumpieran los denominados partidos emergentes. Son imprescindibles y, ahora bien organizados, hacen valer su enorme peso político. Y, en teoría, tienen todo el tiempo del mundo para reivindicar sus derechos. Sin duda, es un supuesto enemigo más que temible para cualquier poder democrático. Sin ellos, el PP está amortizado.

Era importante la presencia de generaciones más jóvenes ayer en las manifestaciones. No solo por una teórica solidaridad, que bienvenida sea, sino porque en España rige un sistema de reparto y, por lo tanto, las cotizaciones de hoy garantizan las pensiones de los que actualmente las disfrutan. Y así sucesivamente. Es decir, en puridad nadie va acumulando su acceso a la pensión de manera individual para luego disfrutarla cuando llegue el momento. Por eso no puede haber sostenibilidad de las pensiones si no va acompañado de una consistencia intergeneracional. De ahí, que a la preocupación sobre la esperanza de vida y la baja natalidad hay que acompañarle el nivel de salarios presente en nuestro tejido laboral. Con precariedad y nóminas bajas no habrá manera de tener pensiones más que dignas. Por no mencionar aquellas comunidades autónomas, como la canaria, en la que la tasa de desempleo es de las más altas. Esto no ayuda.

Lo positivo de estos cursos de austeridad y recortes es que se ha repolitizado la sociedad. Que la ciudadanía tiene conciencia de cómo se ha ido menoscabando el Estado del Bienestar. Una herencia política de la segunda mitad del siglo XX que nadie discutía, ni socialdemócratas ni conservadores, y que tras la Gran Recesión de 2008 está seriamente amenazada. Esto era inimaginable hace una década: que los pensionistas salieran a la calle porque temen su viabilidad. Pero dice mucho esta marcha por la defensa de lo público.

A fin de cuentas, se defiende un sistema público de pensiones de calidad. Que después se desee complementarlo con uno privado es otro asunto. Pero la esencia es ese sistema de reparto que afianza la cohesión social. No se pugnó este fin de semana solo por las pensiones actuales sino por las que deben llegar repetidamente. La crisis del Estado del Bienestar, en sus diferentes perspectivas, no distingue aspectos generacionales. Como individuos, desde la cuna hasta la tumba, transcurrimos ese itinerario democrático y social en el que lo público amortigua contingencias y debe frenar disparatadas desigualdades. Y es que la democracia invadida por el libre mercado y la presencia de una Administración de mínimos, perpetra severas injusticias más caras luego de corregir.

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