
Vocación de servicio público
40 ANIVERSARIO ·
Se equivoca quien pretenda vivir de lo hecho ayer en una profesión en la que la fruta madura rápido y ya está pocha cuando la arrancas del árbol y la ofreces a tus lectoresSecciones
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40 ANIVERSARIO ·
Se equivoca quien pretenda vivir de lo hecho ayer en una profesión en la que la fruta madura rápido y ya está pocha cuando la arrancas del árbol y la ofreces a tus lectoresInformar es seleccionar, contar, resumir, difundir, desvelar, entretener, pero también es o debería ser un servicio público, un esfuerzo desinteresado por narrar para los demás hechos, opiniones, informes, decretos, resoluciones, lagunas, negligencias y cualquier suceso noticiable sabiendo que una vez escrito y publicado ya está caduco y hay que volver a empezar. Se equivoca quien pretenda vivir de lo hecho ayer en una profesión en la que la fruta madura rápido y ya está pocha cuando la arrancas del árbol y la ofreces a tus lectores.
Se trata de ganarse los garbanzos cada día, de volver a empezar cada jornada, de insistir en la búsqueda y trabajar para encontrar, confirmar y explicar en un ejercicio que jamás se termina. Esa es la salsa de este oficio, la brújula que orienta el quehacer y evita que andemos al garete.
En el oficio más bello del mundo conoces a mucha gente, te codeas con políticos y ciudadanos anónimos, a ratos con famosos y en ocasiones con sabios, ignorantes, mentirosos, juguetes rotos, hipócritas, escachados y trepas, como en la vida misma, pero, salvo contadas excepciones, no te haces amigo de ellos ni entran en tu círculo de seres queridos. No es ese el objetivo ni el método ni la consecuencia natural de ese roce profesional. Me lo recuerdo a menudo y más ahora que los periodistas son cada día más noticia y presumen en sus redes sociales de tener fotos con fulanito y menganita, de haber entrevistado a ciclano y de ser colega de esta y de aquel otro. El ego es nuestro peor consejero y el mejor enemigo porque no nos pagan para coleccionar conocidos, convertirnos en sus colegas y salir en la foto sino para contar tanto lo que ocurre como lo que no.
Este es un trabajo de ratas flexibles, de las que se cuelan por donde no caben y no se descoyuntan, de las que no se hacen asco a cualquier alimento y saben donde está la basura, de las que aguantan las presiones y los envenenamientos y siguen adelante. Es también un oficio de pescadores que tiran lances (a veces pican y a veces no) y de pardelas que se sumergen en aguas más o menos claras o oscuras y a veces se deslumbran.
Al estudiar la carrera me insistieron en un concepto: un periodista es un obrero de la palabra y no un mesías. Lo comparto. Tan necesario es desgranar con claridad una sentencia condenatoria como exprimir con rigor una mesa de contratación. Tan profesional es resumir con orden una nota de prensa oficial como explicar con rigor el desvío de una carretera. Obreros porque somos trabajadores y no vanguardia intelectual ni adelantados ni elegidos. De la palabra porque esa y no otra es la masa de nuestro horno.
En todas esas tareas debe ponerse el mismo empeño porque nos debemos a los lectores y en muchas ocasiones no somos otro cosa que alfareros que dan forma a las noticias para que ustedes las conozcan, las comprendan y guarden esas gotas de información que dan sentido a nuestro trabajo. No duermo tranquilo si me limito a pegar comunicados mal redactados ni descanso en paz cuando olvido mentar datos y hechos relevantes. Espero que me dure hasta el final de una vida laboral que no tiene hora de entrada ni de salida y que, aún así, tiene para quien suscribe todo el sentido.
Hay días en que las fuentes en las que sueles beber amanecen secas y otros en los que el caudal sobrepasa tus capacidades de despacho. Hay días en que te llueven las noticias sin que dances y otros en que la sed te mata, imploras un poco de agua y no consigues ni una gota. Pero nunca dejas de visitar los manantiales.
También hay días en los que crees haber terminado la jornada y tienes que empezar de cero porque los imprevistos hacen acto de presencia y resultan improrrogables, días en los que te crees atrapado en el tiempo, días de calima en los que la noticia se camufla en el paisaje y días luminosos y alegres en los que todo sale a pedir de boca.
Y días en los que te tienes que enfrentar a documentos de miles de páginas para encontrar perlas, en los que te dejas los ojos en tomos enciclopédicos de los que apenas extraes unas gotas de perfume. De esos habrían muchos más si las administraciones públicas no se empeñaran, en la segunda década del siglo XXI, en guardar en sus estanterías documentos que deberían hacer públicos porque son de todos.
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