Violencia por barrios
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Ardieron las redes estos días a cuenta de la comparativa entre dos tuits de la ministra de Igualdad y líder de Podemos, Irene Montero. En uno condenaba un ataque terrorista y señalaba con nombres y apellidos a sus supuestos autores, vinculados a la extrema derecha, y en otro, más reciente, sobre el atentado de tinte yihadista perpetrado en Francia, se limitaba a lamentar las muertes y a solidarizarse con el dolor del pueblo francés. Hermann Tertsch, periodista y europarlamentario de Vox, no tardó en salivar odio.
La polémica, interesada y artificial, como casi todas, sirvió de preludio a los golpes bajos que vía twitter volvieron a darse estos días los dos bandos de esta guerra de guerrillas 'online' entre derechas e izquierdas a cuenta del carné ideológico y la supuesta procedencia (castiza o migrante) de los gamberros que se dedicaron a destrozar las calles de media España en plena efervescencia del negacionismo anticovid.
Este tipo de actitudes en los líderes políticos y en sus seguidores más ultras resucitan un fantasma que siempre acecha, el de la violencia legitimada por las ideas. Si la ejercen mis adversarios políticos, voy a saco, la condeno sin medias tintas. Pero si son de los míos, o de aquellos con los que comparto enemigos, me pongo de perfil.
La violencia nunca es una opción, venga de donde venga. ¿Qué más da el adjetivo? Es violencia, sea de ETA, del IRA, de los comités de defensa de la república catalana o de los GAL. No hay violencia buena, y ante la fuerza ilegítima, solo cabe el rechazo, sin matices. Lo demás daña la convivencia y la democracia.
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