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Tirando de humor negro, he dicho alguna vez que habría que prepararse, porque si, cuando empezábamos a remontar la terrible crisis económica en la que estallaron todas las burbujas menos la del fútbol, se nos echaron encima incendios forestales de proporciones bíblicas, una calima tan densa como una plaga de Egipto, una pandemia que, en Canarias, se ha llevado más de 1.300 vidas (y las que habrá que seguir sumando, me temo), que ha dejado secuelas sanitarias, psicológicas, sociales y económicas cuya magnitud es difícil calcular al milímetro, y la erupción de un volcán dañino, ya solo faltaba la llegada de un maremoto y la invasión de los alienígenas; ya puestos en modo aniquilación, podría caernos encima un asteroide, sin posibilidad de que Bruce Willis los desvíe.

Con los que no contábamos, era con la guerra, seguramente porque ya nos habían adiestrado en la creencia de que ahora los países se enfrentan por otros medios, y que en realidad la guerra mundial había empezado hace décadas con la política de bloques, además de que las guerritas repartidas por todo el planeta servían como válvula de seguridad porque, de paso, se mantenía la renovación y el comercio de armas y las grandes corporaciones armamentísticas mantenían a flote sus voluminosas cuentas de resultados. De manera que, en nuestro inconsciente colectivo empezábamos a asumir que había más posibilidades de que vinieran en platillos volantes los «hombres grises» de Ganímedes que una guerra-guerra abierta entre las potencias bélicas más poderosas del planeta.

Pues ahí la están amagando los grande dirigentes mundiales, y no me refiero solamente a los que ostentan o detentan (de todo hay) el poder político, sino también a los halcones norteamericanos que presionan en Washington, a los imperialistas rusos que siguen y alientan a un Putin con ínfulas de emperador, o a la inextricable China, que se vale de una buena ensalada entre el monolitismo del poder político y el control de buena parte de la producción y la deuda de muchos países. Como actores secundarios de peso, asoman la patita los británicos por un lado y los iraníes por el otro, y a saber cómo incidiría en países con potencial nuclear como India, Pakistán o Israel, o qué pasaría con los movimientos integristas islámicos que actúan organizadamente por Asia y África (con territorios controlados) y cuando les parece lanzan un zarpazo a Europa, Estados Unidos o Australia.

Y en el centro del asunto, Europa, con una UE que no acaba de tener una política exterior común y que, como la mayor parte de los actores de esta tragedia, no pasa por su mejor momento económico ni político, sobre todo después del Brexit y la pandemia, que un mal nunca viene solo. De producirse un conflicto que quede fuera de control, la gran perjudicada será Europa, cogida entre dos fuegos y porque la manzana de la discordia es la Ucrania rusófila. Si se empieza una guerra convencional, puede ser catastrófico para todos, pues hasta las guerras al uso son hoy más duras que hace 80 años, porque el potencial destructivo de las armas es incomparablemente superior. Si hablamos de armas nucleares… ¿Estarán tan locos?

No quiero ser apocalíptico, solo digo que, en ese ajedrez de dominios e influencias, ahora están echando un pulso. Ya pasó hace sesenta años con la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, pero no estoy seguro de que los dirigentes actuales tengan el temple y la habilidad política de los de entonces. Cada hora que pasa, suben las apuestas del envite, y no sabemos si, con tanta tensión, alguien pierda los nervios y cometa un error que encienda la mecha. Es realmente increíble que las potencias se metan en una escalada precisamente cuando un conflicto, por controlado que sea, va a perjudicar gravemente a todas las partes. Esta sería una guerra en la que perderían todos, por lo que veo inconcebible que nos metan en un laberinto, en medio de una pandemia que está lejos de ser controlada. Y en este lío, no entiendo las prisas españolas para enviar fragatas y cazas a la zona. Tal vez quiera recibir la primera bofetada, o la única, si el conflicto es corto. ¿O es que creíamos que pertenecer a la OTAN era solo enviar altos militares a reuniones burocráticas y almuerzos de trabajos a Bruselas?

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