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El cambio climático ha llegado para quedarse. Por mucho que no nos guste. Salvo que, de una vez por todas, se lleven a cabo las medidas drásticas, a nivel mundial, que impidan que el planeta se vaya al carajo. Pero eso, a día de hoy, es una utopía. Sobre todo porque muchos no están dispuestos ni a perder su nivel de vida ni sus privilegios. La solidaridad y la defensa del medio ambiente no va con ellos. Este verano es un ejemplo más de que el término medio ha pasado a la historia. Ahora impera un clima más extremo. Llueve cada vez menos y cuando viene agua, llega en tropel. A lo bestia. Y cuando aparece el calor, toca amarrarse los machos, porque hasta en la sombra te derrites si te descuidas. Y no se trata de un día aislado, sino de un buen número. Ante este panorama, cada vez más incuestionable, resulta prioritario aprender y tomar medidas eficaces y rápidas.
Está más que demostrado que en las calles donde hay vegetación, las temperaturas bajan, al igual que la sensación térmica. En las islas vamos con retraso. Mucho retraso. Confiemos en que los 'genios' que elaboran los planes urbanísticos hayan tomado nota.
Otra lección prioritaria es que el riesgo de incendios será cada vez más alto y constante desde primavera y hasta bien entrado el otoño. La limpieza de las medianías y cumbres debe intensificarse. Sin desbrozadoras en verano. Y las romerías veraniegas como la tinerfeña de la Candelaria deben regresar a su verdadera fecha, el 2 de febrero. Y el que tenga frío, que se abrigue. Los de Ingenio, que celebramos la festividad en su verdadera fecha desde siempre, les enseñamos.
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