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Caer en el anacronismo es fácil y en muchas ocasiones es malintencionado. Los hechos y las ideas hay que entenderlas y valorarlas en su tiempo. No surgen de la nada sino que lo que les rodea ejerce su influencia. Nada ni nadie se encuentra en una burbuja y todo influye. Para bien o para mal.
Una vez descartado el parque de Santa Catalina porque las eternas y retrasadas obras de la MetroGuagua lo impiden, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria asegura que el carnaval ha regresado a La Isleta porque es su casa. El punto de partida de esta fiesta. No lo niego. Pero lo que no dicen es que ni La Isleta es la misma que era cuando el carnaval poblaba sus calles ni estas fiestas son similares a aquellas. La comparación es anacrónica. Incluso disparatada.
La convivencia entre las carnestolendas y un barrio en el que viven más de 20.000 personas empezó mal. Muy mal, con un atasco monumental y con los vecinos que habitan las calles más cercanas al escenario sin poder dormir un jueves por la noche porque el pregón fue tan largo y ruidoso como los atascos que lo precedieron. El concurso de murgas que arranca esta noche volverá a llevar la convivencia entre el descanso vecinal sin festivos de por medio y la fanfarria en el escenario hasta un terreno hasta ahora desconocido. Pero será el día 9, con los chiringuitos a pleno rendimiento en Manuel Becerra –con una gasolinera en la zona, no lo olviden– cuando ambas partes vivirán un punto de inflexión. Confiemos en la fortuna y que nadie de la Nueva Isleta o Las Coloradas necesite ayuda médica cuando los cortes de tráfico conviertan el barrio en un callejón sin salida. Salvo que sea capaz de volar, estará perdido.
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