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Un Gobierno que se tambalea

Un Gobierno que se tambalea

Jueves, 1 de enero 1970

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Ningún dato indica que las cosas para Pedro Sánchez puedan ir mejor. La vida política española está muy lejos de la normalidad. Madrid es un auténtico hervidero cargado de incertidumbre. El Gobierno no sabe con qué información comprometida se va a levantar cada mañana. Los ministros y altos cargos revisan minuciosamente su pasado y su presente ante el temor de que algún enemigo haya filtrado sus datos y se desmorone su vida política en minutos.

El Gobierno afronta su soledad parlamentaria. Podemos, su más fiel aliado, se distancia estratégicamente para distinguirse del socialismo privilegiado y tramposo que predica para que otros cumplan. Los aliados independentistas se lo pone más difícil a Pedro Sánchez, tanto que el presidente ya ve en el horizonte elecciones anticipadas si el chantaje no cede desde Cataluña.

A una parte importante de los poderes fácticos, especialmente los económicos, les ha bastado cien días para tener la certeza de que Sánchez no es el hombre y que su equipo hace aguas, que están más entretenidos con argucias ideológicas del siglo pasado más que con la economía real, a la que, además, consideran casi enemigas de las acción política.

En Madrid nadie se atreve a predecir lo que va a pasar porque los acontecimientos arrollan cada día al Gobierno y el desconcierto y la improvisación se han apoderado del Ejecutivo, que da palos de ciego. La única ventaja de Sánchez, efímera, es que al PP y a Ciudadanos no les interesa el adelanto electoral. Rivera está entretenido lamiéndose sus heridas y Pablo Casado reconstituyendo el partido. Pablo Iglesias goza con el momentazo. Su primer enemigo por la izquierda se va quemando lentamente en la hoguera para herejes prendida por la derecha. Para Podemos cuanto peor mejor. La situación es idílica. Nunca pudieron pensar que Sánchez tenía tantos agujeros.

Nada de lo que prometió Sánchez, los argumentos con los que llegó a La Moncloa, se están cumpliendo. La vida política es un hervidero, los socios lo abandona, el Gobierno, y el mismo presidente, están seriamente dañados, asustados, impedidos para poner en marcha cualquier política que no choque con el desinterés de los ciudadanos, los chantajes de sus apoyos y el rechazo de la oposición. Ciento veinte días después de tomar posesión, nada, absolutamente nada, es como Sánchez soñó, salvo los viajes internacionales, intensificados en esta última etapa, como es propio de los mandatarios quemados en la política interna.

Aún así, aparentemente, el Gobierno ha decidido hacer frente a la situación enfrentándose a todos. Atrincherados en sus posiciones echan la culpa al mundo. Creen que están siendo víctimas de un cacería, aunque no nombran a quién la dirige, una forma de convertirse en víctimas de la situación y eludir la responsabilidad de ser los verdaderos actores de la misma. Critican y amenazan a la prensa con una regulación mordaza, la tentación de la izquierda clásica que prefiere mandar a callar que responder a sus responsabilidades.

La oposición, política y económica, está siendo muy dura con el Gobierno, pero esa es la política, las reglas de juego, que aún no han traspasado los límites democráticos ni han convertido el escenario en una carnicería. La habilidad de la oposición es poner en apuros al Gobierno y lo está haciendo de forma organizada y coordinada, acogiéndose a la regla que el mismo Sánchez impuso a su mandato, la honorabilidad y la ética. Al Gobierno sólo le queda defenderse o tomar la iniciativa en un ambiente de desmoronamiento interno que está haciendo un grave daño a la economía del país y al PSOE.

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