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Directo Vegueta se tiñe de blanco con la procesión de Las Mantillas

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El debate no fue gran cosa. Si acaso menos interesante que el anterior. Si hubo unos instantes que retrataron el encuentro fue cuando Albert Rivera le pasó a Pedro Sánchez una copia de su tesis en la que pesa una acusación de plagio y este le entregó enseguida, ya lo tenía pensado, un ejemplar del libro de Santiago Abascal sobre el proyecto de Vox. Este es el nivel que tenemos. Y no va a cambiar.

Si el domingo por la noche al PP le vienen mal dadas, ya puede ir buscando un nuevo líder. Pablo Casado no ha dado la talla en ninguna de las dos sesiones. Y si Abascal hubiera estado presente, entonces su protagonismo habría sido directamente nulo. Incluso, en un cara a cara no hubiera podido con Sánchez. A Casado le faltó madera política, consistencia en sus argumentos. Ha estado flojo y, de calle, Rivera le ha robado notoriedad. Aunque este último se pasó la retransmisión cortando la palabra a los demás y esgrimiendo con frecuencia la palabra mentiroso a modo de ataque.

Si la bolsa de indecisos es tan elevada según el Centro de Investigaciones Sociológicas, dudo que los debates hayan servido para aclarar las dudas a muchos de estos ciudadanos. No es que sea la teatralización de la política sino que no se puede esperar mucho cuando unos y otros se echan los trastos a la cabeza y prima el improperio sobre la propuesta. Cada uno sacó del baúl de los recuerdos todo aquello que le permitiera descalificar o desacreditar al adversario.

Pablo Iglesias fue el más comedido y hubo momentos en los que parecía un soldado de los cascos azules al solicitar que se respetara el tiempo del interviniente y no se insultase. Ya no es el líder de los inicios de Podemos cuando intentaba hacer la revolución y conquistar el cielo. Ha ganado humildad o, al menos, decoro en sus exposiciones públicas. Y resulta chocante que abandere los preceptos sociales de la Constitución, que por supuesto hay que hacerlo, cuando hasta el otro día casi renegaba de la Transición. Pero la otra opción es el monotema catalán, como hace Rivera, que cansa y mucho. Sobre todo, cuando se desprende en Ciudadanos que el resto del país debe ir a la cola de lo que acontezca en Cataluña. Si a alguien le habrá servido asistir delante del televisor al debate, habrá tenido su dosis de suerte. Pareció más bien un espectáculo que endulzara a la audiencia la noche. Poco más. Lo malo es que semejante insustancialidad la pagaremos todos. O, mejor dicho, ya lo estamos haciendo mientras la política se descompone. ¿El domingo habrá sorpresas? Luego continuará el bochorno parlamentario al calor de la calculadora para estimar los pactos posibles. Porque si hubiese una mayoría absoluta, que no será el caso, solo servirá para imponer el rodillo de la banalidad de unos partidos más preocupados en el eslogan que en las soluciones. Mal asunto.

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