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El grupo de las siete naciones más poderosas -básicamente en lo económico- se reunió ayer en Alemania con la guerra en Ucrania como telón de fondo. De entrada, un matiz: dicen los del G7 que son los más poderosos, pero un club que se defina así y no cuente con Rusia, China y la India es, cuando menos, bastante ombliguista.

La cita sirvió, además de para que Alemania presumiera de la belleza de sus paisajes, para que se renovasen las promesas de apoyo al pueblo de Ucrania. Promesas que se repetirán esta semana en la cumbre de la OTAN a celebrar en Madrid. Pero resulta que hasta el presidente Zelenski se está cansando de buenas palabras y reclama algo más, en especial cuando vemos que Moscú no afloja en su acoso. Ayer, sin ir más lejos, volvieron a caer las bombas sobre Kiev y con mensajes de apoyo no se frenan los misiles. Como tampoco con declaraciones vacías se llenan los cañones o se consigue material sanitario para atender a los heridos.

En estos cuatro meses de guerra, las sanciones de Occidente no han tenido el efecto deseado en Rusia: ni se ha parado la guerra ni ha habido una revuelta interna que haya terminado con la caída de Putin del poder. Esto último, si algún día sucediera, lleva más tiempo, pues no se fulmina un régimen autocrático con tantos recursos de un día para otro.

La hipocresía continúa siendo el denominador común de las reacciones en Europa y Estados Unidos ante la invasión rusa de Ucrania. Se ha subido el tono en las declaraciones pero no se ha dado un portazo colectivo a Moscú, como lo demuestra el hecho de que las embajadas rusas sigan abiertas en los países de la Unión Europea y en Estados Unidos.

Si ayer el G7 quería mojarse de verdad, sus cancilleres podían haber cogido un tren desde Alemania y seguir sin escalas hasta Kiev. Y una vez allí, igual resultaba útil que se quedasen hasta conseguir un alto el fuego de los rusos. Más o menos lo que debió hacer desde el minuto el secretario general de Naciones Unidas, como también los jefes de Estado, presidentes de gobierno y ministros de Exteriores de la OTAN. Porque estos, sentados cómodamente en las sedes elegidas para su cónclave en Madrid, verán a través de una pantalla de vídeo a un presidente Zelenski que se sigue jugando el tipo mientras ellos hacen tiempo para la comida o la cena de gala.

Si no fuera por la necesidad de sentirse apoyados, no acabo de entender muy bien el empeño de Ucrania de entrar en una UE y una OTAN tan poco solidarios...

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