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Trump y las trincheras

Jueves, 1 de enero 1970

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La ambición ante la empatía. Esa es la esencia del mensaje de las películas antimilitaristas. Y casi todas disponen de esa típica escena en la que los generales en un salón con un licor servido en copa de balón o desplegando planos con fichas sobre una mesa, juegan a la guerra y se jactan de sus conocimientos con los que pretender sus ascensos, medallas y restantes pleitesías. Mientras tanto, a cientos o miles de kilómetros está la tropa en un enfrentamiento de trincheras donde apenas se gana terreno al enemigo. Es el absurdo. El ego de los oficiales tratando de imponerse ante la realidad de la muerte de una soldadesca que sufre los piojos y el barro.

Esta semana he vuelto a ver Senderos de gloria (1957). Y me quedo con la sensación de haberla disfrutado aún más si cabe que la primera vez. Kirk Douglas recorriendo la trinchera de un lado a otro ante la mirada de sus hombres que mecen entre el miedo y la desazón, no tiene desperdicio. Un oficial que quiere proteger a los suyos pero que le cuesta sortear las insensatas órdenes de los gerifaltes del Ejército cuya codicia no tiene fin. Y el último reducto, lo que le queda, es su inteligencia, su hombría y su tenacidad para denunciar desde la conciencia.

Quien tendría que visionarla ahora sería Donald Trump. Quizá así recapacitaría sobre el impulso que le caracteriza al dirigirse a Corea del Norte o destartalar a través de las redes sociales complejas estabilidades geopolíticas. Pero mucho me temo que cuanto más alto llega el egoísmo y la soberbia, más difícil se antoja sopesar y detectar tus propias limitaciones. Trump siente que domina el mundo. Y, en parte, es así. Pero solo porque gestiona el poder ejecutivo de la primera potencia. Gracias que es una democracia (eso sí, presidencialista) que atesora sus pesos y contrapesos. Aunque finalmente, y por legítimo que resulte, la democracia no es perfecta y la opinión pública puede ser voluble. De hecho, hoy lo es amén de la instantaneidad y las facilidades de internet. Y asimismo lo fue con las masas europeas manipuladas por los mensajes del fatuo patriotismo que, en realidad, ocultaba intereses y expansiones comerciales. ¿Acaso hemos olvidado por ejemplo la entrada de Estados Unidos en la guerra de la independencia de Cuba con España a finales del siglo XIX? Entonces, como ahora, había perfiles como el de Trump. El mismo que ataca a la prensa porque dice aquello que no quiere que se sepa, y simplemente lo hace porque le es incómodo u obstaculiza sus ínfulas. En suma, todo se reduce a un combate contra la demagogia.

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