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Torres toma las riendas

Jueves, 1 de enero 1970

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Desde hace días la actualidad política canaria pasaba por el futuro (en formato de cese o dimisión) de la consejera de Sanidad. A todo esto, hay que añadirle el contexto de pandemia, urgencia sanitaria, asombro y miedo generalizado en la sociedad. Peor, imposible; o eso parece. La reacción primera de Ángel Víctor Torres, congruente con su carácter bienintencionado, fue pensar que destituir a Teresa Cruz en medio de este episodio era inoportuno, que ya habría tiempo para ello. Y era así. Pero se tornó en insostenible desde que mediáticamente el asunto se le había ido de las manos al Pacto de las Flores que, por otra parte, siente que el horizonte político está cambiando. Algunos cimientos se tambalean. La ciudadanía consulta internet como nunca, lee las portadas de los diarios y se comunica en las redes sociales los partes de guerra del coronavirus.

Así las cosas, Torres hizo lo que debía: tomar una decisión y no actuar como si no hubiese pasado nada. El boquete en la gobernabilidad estaba abierto; y estos se taponan inmediatamente o te hunden. Y la receta no es ejecutar una sustitución en diferido. O cesas a la consejera o la respaldas vengan bien o mal dadas. Una de dos. Pero no aplazas una decisión justo cuando la competencia sanitaria acapara toda la expectación.

Por su parte, a Cruz no le habrá sentado nada bien el goteo de titulares que, a efectos prácticos, la han desplazado mientras el comité técnico se constituía y, antes o después, requeriría de mando en plaza (como es natural) para llevar a cabo las medidas pertinentes. Todos tenemos nuestro corazoncito. Pero cuando uno siente que está forzando las circunstancias, es la hora de recoger el abrigo y sombrero y marcharte del lugar que se tercie con dignidad y en silencio.

A Torres no le cabía más opción. No se ha visto en la política nacional que un ministro vaya a ser cesado (por voluntad del presidente y no por decisión propia) y que se sepa con meses de antelación. Te vas a ir pero ya te diré cuándo... Y todo ello ventilado ante la opinión pública por sabrosos capítulos. Ciertamente, era rocambolesco cuando no endiablado este culebrón sanitario que ostentaba todos los ingredientes: crisis, personal cansado y superado, condiciones precarias, falta de materiales, seguimiento al instante por los medios de comunicación, incertidumbre al mañana...

Lo que Torres debe tener presente es que cuando pase el coronavirus, se habrá consumado el 25% de la legislatura. Que el último tramo, a expensas de qué acontece mientras tanto, es claramente preelectoral y un periodo que impide perpetrar disposiciones impopulares. Dicho en plata, PSOE, Nueva Canarias, Podemos y ASG han alcanzado el valle gubernamental donde toca hacer todo aquello que consideres conveniente porque luego será tarde. Y ese tiempo, mal contado, es el que es. Y el primer cuarto se ha ido volando; eso sí, al calor de imprevistos y catástrofes varias que ningún Gabinete espera nada más comenzar su labor.

Siguiendo a Jean-Paul Sartre, no decantarte también es una manera de tomar una decisión. Y este era, en términos filosóficos, el trance que atravesaba Torres, Cruz y el Pacto de las Flores. Torres le ha puesto fin a esta espiral dañada. Y muchos de los consejos cruzados que recibió al oído agazapan intereses políticos y partidistas (pugnas internas) encaminadas a facilitar desenlaces que no necesariamente son los que a él le conviene. No tiene que ser agradable estar estos días en Presidencia. Pero Nicolás Maquiavelo ya lo advirtió. Torres ha hecho suya la decisión que, una a una, son las que, a la postre, definen una hoja de ruta presidencial. Pero, bajo ningún concepto, no vale no hacer nada. Y mucho menos anunciarlo con efectos en diferido, porque entonces serán otros los que le irán ganando la partida. Torres lo ha entendido y ha contenido un aprieto político que iba a más. No quedaba otra.

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