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Sumergidos en un domingo interminable

Jueves, 1 de enero 1970

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En un domingo eterno. Así ha transcurrido esta primera semana de confinamiento duro en el barrio de Alcaravaneras visto desde mi ventana, una pequeña escapatoria a la monotonía dentro de casa. La apertura del Mercado Central rompe por unas horas la monotonía impuesta para salvar vidas con un incesante goteo de ciudadanos empujando sus carros con las manos enfundadas en guantes y con las mascarillas puestas. Solo los viernes y sábados, como hoy, se forman colas para entrar en la plaza de abastos. Esa es la única diferencia con cualquier domingo previo a la pandemia.

Fuera algún que otro avispado se sienta en uno de los bancos, que desinfectan de forma constante, agarrado a su bolsa de la compra simulando estar a la espera de entrar o simplemente disfrutando de los rayos de sol antes de ir a uno de los supermercados más cercanos. Es su pequeño momento de escape ante de volver al confinamiento. Como lo es para otros que sacan a pasear a sus perros evitando el contacto con otros canes mientras la cola del mercado va decreciendo poco a poco.

El ruido de los obreros trabajando en la repavimentación, por tercera vez, de la calle Galicia ha dado paso estos días al piar de los pájaros que sobreviven en los árboles de las ramblas de Mesa y López como banda sonora de las mañanas. Hasta la semana pasada su ir y venir, los golpes encajando los adoquines y el paso de los camiones eran los únicos signos de que para algunos la vida seguía igual.

Cuando el mercado cierra sus puertas la zona se sumerge en un letargo casi onírico de calles vacías y de aspecto fantasmagórico, casas cerradas y locales con las verjas bajadas. Una sensación de irrealidad que lo invade todo, hasta el silencio. Por no oír ya no se oye el ruido del intenso tráfico en Néstor de la Torre, salvo por las tardes cuando pasan las guaguas y se suman haciendo sonar sus bocinas a la ronda diaria de aplausos desde los balcones y ventanas de los edificios del barrio.

Es sin duda el mejor momento del día, una explosión de alegría, solidaridad y emoción a flor de piel. Suele empezar de forma testimonial sobre las 18.57 horas desde una de las viviendas de Néstor de la Torre con los primeros y hasta tímidos aplausos, casi como una señal que despierta al resto de vecinos e inunda los balcones y ventanas de rostros que se miran desde la lejanía y se conectan en un momento único. Lo que empezó como un homenaje a los héroes que luchan desde primera línea en la guerra contra el virus se ha convertido en un momento de apoyo y homenaje a toda la sociedad que arrima el hombro. Una señal que da el pistoletazo de salida a un tsunami de aplausos, bocinas y gritos de ‘Pío, pío’ y hasta un ‘viva la vida’. Incluso tengo unos vecinos, que no he logrado identificar, que se arrancan a cantar alegrando aún más un momento ya de por sí emotivo, con temas como Resistiré del Dúo Dinámico o Color Esperanza de Diego Torres. Con el fin de este emocionante momento, en el que es difícil contener las lágrimas, vuelve el silencio, las luces encendidas y el confinamiento, con un claro mensaje un día más es un día menos.

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