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(Sobre)vivir a la España bipolar

(Sobre)vivir a la España bipolar

Daniel Herrera

Jueves, 1 de enero 1970

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Daniel Herrera

Es lo que tienen las crisis económicas. Cuando no se sale del todo de ellas, las posturas y las trincheras se radicalizan en cada extremo. Han pasado 10 años y las cicatrices políticas parecen imposibles de cauterizar.

El pasado 6 de septiembre, el presidente Pedro Sánchez publicó en su cuenta de twitter el diálogo de Germán y José, dos españoles que en la Guerra Civil lucharon en bandos opuestos. El mensaje era nítido: «Ellos pudieron votar la Constitución y hoy pueden dialogar».

Sin embargo, lo que apuntaba como un lenitivo mensaje de concordia acabó despertando un inmitigable y ácido debate en las redes. Me llama la atención ver que se destilan posturas más radicales y rígidas entre las nuevas generaciones, ya cultivadas en los tiempos de la democracia, que entre aquellas que soportaron los rigores de la postguerra.

Uno pensaría que, en una democracia moderna, cabría la pluralidad de opiniones y el discurso oxigenado de una sociedad madura. Sin embargo, tras cuatro gobiernos, tres procesos electorales y una moción de censura en apenas siete años, poco se puede albergar en esta nueva realidad bipolar. Volvemos a los blancos y negros, sin gama de grises en el discurso político. Exhalando los temores y los clichés. Ya pocos parecen poder opinar sin las etiquetas inquisidoras de rojos y fachas. Calificativos más que vigentes y que, irónicamente, algunos no saben ni siquiera definir.

Todo se reduce a un juego de miedos caducos con discursos desfasados.

Basta con hacer la comparativa con nuestros queridos vecinos. En Alemania puedes fácilmente albergar un pensamiento socialdemócrata. En Inglaterra podrías encasillarte, si lo deseas, en una alternativa keynesiana sin ser abiertamente conservador o laborista. Incluso en México puedes ganar en un estado con la bandera del Partido Verde sin estar definido entre la derecha o izquierda. Esa perspectiva, simplemente, no es posible aquí. En tiempos de exhumación de dictadores, de tesis inocuas y másters de cartón piedra, el antagonismo está más que servido. «Lo de Pedro Sánchez ha sido todo un golpe de estado», llegué a oír de un vecino, increpado después como facha. «Si existe una trama de corrupción en cascada, ¿no se hace necesario algún tipo de acción?», también dicho por otro, calificado de rojete. «Ya era hora de sacar al PP del Gobierno», uno más para el segundo bando. «¿Y no hubiera sido mejor convocar elecciones?», otro pobre condenado al primer frente.

Votar se hace un incordio. Llevar una bandera, todo un pecado. Pasamos jornadas completas hablando de plagios y rumores de independencia mientras pasan de puntillas temas como el desempleo, las pensiones o los continuos récords que dibuja la factura de la luz... todo sin ansiolíticos mediáticos. Sin duda, los hermanos Marx se divertirían con este nuevo camarote ibérico que ahora promete un nuevo sainete con la posible reforma de la Constitución. Que Dios -o Billy Wilder- nos coja confesados.

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