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Gaumet Florido
Dos horas y cuarto antes. Con ese margen de tiempo me acerqué el sábado hasta Siete Palmas. Tocaba derbi y la experiencia de otras veces me decía que, o subía con antelación, o me pasaba medio partido en una cola en la carretera o intentando acceder al aparcamiento. Pues al diablo con tanta previsión. Al final entré tarde. Salvado por la campana. Me senté a cinco minutos de que el árbitro pitara el inicio. Y tuve suerte. De las dos horas y cuarto, una hora me la pasé plantado como un pasmarote, junto a otros miles de incautos como yo, en una de las interminables colas que se formaron frente a los accesos de la grada curva porque, 45 minutos antes del partido, y con más de 21.000 entradas vendidas, las puertas del estadio seguían cerradas.
Yo tuve suerte, pero hubo mucha gente que entró al campo con el derbi empezado. Entre mis compañeros de atasco, abuelos, algunos muy viejitos, y niños, de todas las edades. Algunos ya no paraban, inquietos. No faltaron las broncas entre paisanos. Meter a miles de personas a la vez, en apenas media hora, por un estrecho embudo de unas pocas puertas sacó de quicio a más de cuatro. Se vigilaban los pasos mutuamente. Y más aún cuando, entre tanta seguridad, no hubo ni Dios que se dispusiera a poner orden. Al final las colas degeneraron en una turba amorfa y crispada en la que solo reinaba aquella vieja máxima de yo me salvo primero. Hubo nervios. Desesperación. Impotencia. Rabia. Enfado. Y hasta conato de tumulto. Aquella masa de gente cabreada no tardó en corear insultos que no voy a reproducir y en gritar al unísono varios fuera contra los que les habían recibido de tan ignominiosa manera. Y cuando entré, si no me traicionan mis cálculos, había aún más gente fuera que sentada en la grada. ¡A cinco minutos antes del partido!
Y el club se despacha el agravio a sus aficionados con dos simples tuits en los que pedía disculpas. Atribuía lo sucedido al retraso en la llegada de la afición del CD Tenerife y aclaraba que la decisión de retrasar la apertura de las puertas fue de la Policía Nacional. Tampoco he visto mucho más. Como que no importamos. Claro. Es verdad. Tuvieron suerte. Tanto dispositivo y tanta pamplina y resulta que el sábado fue justo la seguridad policial, y los que la organizaron, lo que mereció calificarse de alto riesgo, y no el partido, acreedor, por cierto, de otros adjetivos que me ahorro para no desviar el tiro. ¿Por qué? Porque con la que montaron, con la masa gritando fuera y cabreada, no hubo ni un vigilante que se atreviera a mirar mochilas ni bolsos. Nada. Cualquier desalmado pudo haber entrado lo que quiso. Y se pudo haber montado una buena. Tremendo agujero para un dispositivo de seguridad. De traca.
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