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El pulso entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se recrudece. Pero, en el fondo, no es una cuestión de personalidades o egos (o no del todo) sino del dilema evidente que tiene que asumir el PSOE (si es que lo hace) de tener que decantarse por gobernar con Podemos o Ciudadanos. Aún las añoranzas del bipartidismo persisten. Aunque la realidad política ha cambiado por completo. Porque la representación del arco parlamentario es la que es e incluso si se repiten los comicios generales en otoño será similar: ya no es posible un Gabinete en minoría cuando el primer partido no alcanza ni siquiera los escaños que por último tuvo Mariano Rajoy. Lo que no puede hacer Sánchez es arrojar su responsabilidad a los demás. El candidato a ser investido es el que tiene que rebuscar los apoyos que necesita y trabajarlo duramente en vez de irse a Francia justo después de la cita electoral pensando así que Emmanuel Macron puede influir en la política de un país que no es el suyo. No es de recibo.

El PSOE no tendrá a su favor en esas probables segundas elecciones la llamada del voto útil. El fantasma de Vox ya no tiene la enjundia que ostentó tras los comicios andaluces. Sería un contexto electoral con una tasa de participación menor que la de abril y eso hasta favorece que se especule con la posibilidad de que las tres derechas sumen. Los riesgos son evidentes para Ferraz y, de momento, no va más allá de añadir presión a Podemos y Ciudadanos con ayuda de los poderes fácticos a cuenta de la cantinela de que España necesita un Gobierno en julio. Y es así. Sin embargo, quien debe promoverlo es Sánchez y no el resto de fuerzas estar a su servicio.

A Podemos no le queda otra que abanderar la propuesta del Gobierno en coalición. El argumento es claro: Iglesias y los suyos apoyaron a Sánchez cuando la moción de censura contra Rajoy a cambio de nada. Toca revertir el panorama, especialmente cuando has afianzado a Sánchez desde fuera este pasado año y los méritos electorales se los lleva el PSOE. Es una cuestión vital y de honor para Podemos defender a ultranza que desea participar del Ejecutivo y que España emule al resto de países europeos que, por lo general, conviven con naturalidad con Gabinetes integrados por dos o más organizaciones políticas. El bipartidismo español ha sido más bien la excepción europea junto al caso británico. Esto no quiere decir que sea mejor o peor, cada sistema político ofrece luces y sombras. Pero en nuestro país el bipartidismo quebró en 2015, no se intuye que volverá y tanto el PSOE como el PP tienen que digerirlo de cara a cualquier pacto para llegar a La Moncloa.

Por último, no es lo mismo una moción de censura que una sesión de investidura. Ni las motivaciones de los apoyos que recibe el candidato a ser presidente por parte de los distintos grupos parlamentarios ni la voluntad de estos de sumarse o no a la hora de gobernar son los que se estilan tras una moción de censura. Y si solo la de Sánchez contra Rajoy prosperó, se entiende mejor la complejidad. Para Podemos no hay salida: gobernar en igualdad de rango o repetir las elecciones.

Rafal Álvarez Gil

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