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Lo de Cataluña no tiene solución. Asumámoslo. Estamos en un punto de no retorno. Sobreviene una nueva dimensión: la convocatoria de elecciones generales y, puede ser, una potencial reforma constitucional. Esto va a salpicar a todo el sistema de partidos, perjudicando esencialmente a la izquierda (PSOE y Podemos) porque en tiempos revueltos distinguidos por la alta confrontación las terceras vías decaen en el olvido. Es más, ¿al centroizquierda le interesa realmente abanderar la plurinacionalidad? También la Segunda República, a su modo, tuvo un problema territorial.

¿Hemos olvidado lo que sucedió en 1934? Entonces Cataluña aprovechó la revuelta obrera en Asturias para hacer una desconexión con Madrid. Lo que ocurrió dos años después ya lo sabemos: un golpe de Estado frustrado que desencadenó en una cruenta Guerra Civil cuyo epílogo fue una larga dictadura que nos alejó de las democracias europeas. Esto no es lo mismo. Pero ya no volverá el Estado de las autonomías de las últimas décadas. El modelo está finiquitado o, mejor dicho, otros lo han querido así traicionando el pacto constitucional de 1978 (nacionalistas catalanes) o perpetrando la omisión desde La Moncloa pensando que el asunto no iría a mayores (PP).

La situación es tan compleja que al propio Adolfo Suárez se le hubiera ido de las manos. A Suárez le preocupaba, y así se lo preguntaba constantemente a sus ministros, que aquel texto constitucional de 1978 pudiese en su Título VIII romper España. No era un hombre leído pero sí habilidoso. Un chusquero de la política capaz de sortear ciclos adversos. Y este es uno de ellos. La problemática de mayor enjundia desde la Transición, desde la asonada golpista del 23F.

Carles Puigdemont proclamará la independencia, la creación de la República de Cataluña. ¿Qué hará entonces el poder central? La capacidad resolutiva de las leyes no es infinita, la apelación al Derecho Constitucional no sirve de nada si no le acompaña el compromiso político de regeneración. Y Mariano Rajoy, jurista de formación, debe saberlo. Aunque dos no dialogan si uno no quiere. Y ese uno son los soberanistas que, incluso, puede ser que ni siquiera le satisfaga en estos momentos un pacto fiscal que les iguale en el modelo de financiación al País Vasco y Navarra. Acontece un periodo turbio, de evidente fractura política. Que suponga un trauma o una oportunidad dependerá de la competencia política, de esa excelencia en los dirigentes públicos que por cierto tanto añoramos. Pero lo de antes no volverá. Y sobra decir que una cesión a Cataluña (el reivindicar la plurinacionalidad) provocará otras disensiones en el resto de la España autonómica. Y si no que se lo pregunten a Suárez.

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