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Cada vez resulta más obvio que, si bien los años comienzan oficialmente el 1 de enero, es en septiembre cuando empieza de verdad, al menos en el Hemisferio Norte y en lo que llamamos Occidente. En septiembre comienzan los cursos estudiantiles, los años judiciales, las largas competiciones deportivas, las temporadas que dan un nuevo ciclo a las actividades culturales y, por supuesto, es también el regreso a la política a pleno pulmón. Septiembre es el mes del arranque, después de la parálisis casi total de agosto, pero la sensación es la de que todo se deja para más adelante. Y la política es como la cocina, si no se acierta con los tiempos, el guiso queda crudo o se quema.

Por estas fechas, siempre me viene a la memoria la película de 1961 “Cuando llegue septiembre” dirigida por Robert Mulligan y que quiso repetir el éxito que al año anterior obtuvo Sophia Loren cantándole a Clark Gable aquello de “Tu vuò fà l’americano”. La película funcionó pero no tanto como la anterior, y es que, con todos mis respetos, Gina Lollobrigida no es Sophia Loren y Rock Hudson no tenía el carisma de Gable, aunque este ya solo fuera sombra de lo que fue. Es decir, llega septiembre y se supone que todo recomienza, es como un golpe más al pedal de la historia...

Bueno, eso era antes. Ahora, que parece que pasan muchísimas cosas, que los medios se autocondecoran con noticias exclusivas e informaciones al minuto, con un despliegue nunca visto de medios técnicos, en realidad no pasa nada. Es un “déjà vu” que por momentos se vuelve insoportable, porque tengo la sensación de estar escuchando lo de siempre, con idénticas palabras y las mismas voces; y en el caso de que se cambie de personas, la situación se repite hasta el infinito, como en las dos películas mencionadas. Pueden hacerse comparaciones, y lo que resulta es que aparecen sosias desmejorados de lo que antes había: Pablo Casado suena a caricatura del Rajoy más disparatado; Torras se aparece sacralizando a Puigdemont, cuando no junto a él físicamente, con sus mismas palabras; Pedro Sánchez y Pablo Iglesias regresan del verano como sombras de su propio discurso; Rivera ya no sabe dónde ponerse porque creo que empieza a sentir mareos al verse en las encuestas por encima del PP. Nos dicen que ha sido un año de vértigo, pero los temas fundamentales siguen exactamente donde estaban. Es decir, estamos como en septiembre del año pasado, sin que ni unos ni otros sepan qué salida tiene el actual empantanamiento.

Y ha llegado septiembre, vuelve el lugar común de “otoño caliente”, pero no se mueve una brizna de polvo, la quietud, y por lo tanto la incertidumbre, es agobiante. No sé si será porque ahora no va a haber pulso Messi-Cristiano, pero el caso es que hasta el consabido fútbol, supuesto opio del pueblo, ya no tiene el efecto que tenía, interesa menos. La canción de “Cuando llegue septiembre” es pegadiza, pero también es una caricatura de la que Celentano compuso y cantó Sophia Loren. Todo se ha convertido en un show, desde las comparecencias justificando un máster a las puestas en escena de Donald Trump, que son más inverosímiles que las de Peter Sellers en “Bienvenido Míster Chance”. En este momento, con la pachorra interesada con que se mueven estos chefs, las posibilidades de que los fogones echen humo son muy altas. Otra de las sensaciones -acaso realidad- es que parece que el ritmo de la política lo marcan los periodistas, que descubren corruptelas económicas, académicas o personales, y lo que no queda claro es quién decide cuáles airean, cuándo y por qué. Y, como en la cocina, se está jugando con fuego. Luego me dicen que soy un descreído, pero es que no me dan motivos para confiar. Si sé que no se puede detener el paso de la historia, y si los políticos paran es cosa suya, la historia seguirá. Lo que no sabemos es hacia dónde ni cómo. Es inquietante, como si repusieran lo vivido el año anterior, en un septiembre repetido que me provoca el mismo desasosiego que leer a Pessoa una tarde de lluvia.

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