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Que haya que hablar de Vox...

Que haya que hablar de Vox...

Jueves, 1 de enero 1970

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Con un panorama política internacional cada vez más aterrador, en España los problemas eran otros. Menos alarmantes a pesar de que vivimos momentos convulsos por el tema catalán, la corrupción del PP o los giros del sistema judicial. Pero nada comparable a lo que sucede fuera de nuestras fronteras, donde la extrema derecha, aquella que parecía olvidada tras los horrores de la II Guerra Mundial, va cogiendo cada vez más fuerza. Los Trump, Le Pen, Salvini o Bolsonaro, líderes políticas cortados por el mismo patrón del radicalismo, son los protagonistas del marco mundial. Racismo, conservadurismo, machismo, nacionalcatolicismo y todos los -ismos retrógrados existentes. Desde nuestro país esto se veía con alivio por no haber caído en tal locura, pero también respeto ya que pertenecemos a una globalidad en la que nos afecta lo que les pase a nuestros vecinos.

Sin embargo, la tensa calma puede acabarse. A esta liga de los horrores hay que sumarle un compatriota: Santiago Abascal, líder de Vox. Es alarmante la fuerza que está adquiriendo este partido marginal y extremista, y aunque pueda ser visto como una buena noticia para la izquierda al dividir el voto de la derecha, la realidad es que es un pésimo síntoma que retrata a una parte de nuestra sociedad.

Con el lema España es lo primero, imitando el American First de Trump, este grupo, hasta ahora tomado a broma por ser portador de unos ideales franquistas, se presentó hace mes y medio en Vistalegre. Ahí empezó a tomar seriedad un asunto ratificado en las elecciones andaluzas, donde las encuestas le otorgan un escaño. «Que Vox deje de ser un partido friki y residual para convertirse en una opción política legitimada por su presencia parlamentaria es malo para todos porque normaliza un discurso tóxico para la convivencia», escribía Escolar.

El periodista se refiere a unos ideales que abogan por la ilegalización de los partidos separatistas, la construcción de un muro «infranqueable» en Ceuta y Melilla, agravar las penas por ultrajes a España y sus símbolos -aquí el patriotismo está en el himno y la bandera, y no en los derechos de los ciudadanos-, la deportación de los inmigrantes ilegales, o acabar con la Ley Memoria Histórica -el Valle de los Caídos no se toca-. Vox se atreve hasta con la derogación de la ley de violencia de género. No tiene límites.

Leyendo esta sartenada de despropósitos, uno se pregunta como puede haber gente que vote a algo así después de todo por lo que ha tenido que pasar este país. Ojalá quede en un susto, pero solo tener que hablar de ello ya es un paso atrás.

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