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Primer encuentro con Antonio Machado

Jueves, 1 de enero 1970

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Antonio Machado fue una de las más importantes voces poéticas españolas del siglo XX prohibidas por el régimen franquista, difamadas e injuriadas por la ignorancia. Es el hombre que en sueños vio a Dios, le habló, y Dios le oía. Pero al final (proverbio XXI) se produce el desencanto: «Después soñé que soñaba».

El 22 de febrero de 1939 murió exiliado el poeta de la Generación del 98 que en Campos de Castilla (1912) ya había notariado la realidad de las dos Españas: una «ha de helarte el corazón», le dice al simbólico españolito recién nacido; la segunda es la «España de la rabia y de la idea», la del «cincel y de la maza». Machado soñó con la segunda -la España social, la liberal de tolerancia y libertad (liberal a la manera de las Cortes de Cádiz de 1812), la del pensamiento y el trabajo-; y rechazó la otra, la irracional, «esa España inferior que ora y embiste / cuando se digna usa de la cabeza». Pero la España vencedora de la Guerra Civil volvió a imponerse sobre la del españolito, la España aún en pañales (de ahí el simbólico diminutivo) víctima de sagradas tradiciones y mañanas vacíos.

Ya barbado y veinteañero llegué a Antonio Machado gracias a don Sebastián de la Nuez Caballero, catedrático de Literatura Española, Universidad lagunera. El poeta sevillano -obviamente- no formaba parte del programa oficial, pero don Sebastián nos había ofrecido el primer contacto con el escritor en clases complementarias exentas de exámenes. Un chollo para quienes experimentábamos infinitas ansias de conocimientos superiores al Bachiller e, incluso, al Preuniversitario, etapas en las cuales se pasaba muy por encima de concretos autores.

Como en 1969 la editorial Salvat y RTVE habían iniciado la colección Biblioteca Básica (BB) a un precio muy asequible para estudiantes, compré Antología poética de Antonio Machado prologada por Julián Marías (le dio rigor a la selección), libro que guardo con hojas despegadas por el uso, ya «no extranjero en los campos» de sus poemas y prosa.

Por tanto, no perdí ni una clase: fueron puertas de entrada a poetas secuestrados por la dictadura o, al menos, silenciados. Extraordinaria base para años posteriores: cuando comencé a impartir Literatura Siglo XX en el Curso de Orientación Universitaria (COU) ya sabía más de Machado y manejaba -gracias a don Sebastián- los instrumentos para aproximarme a su lenguaje poético, complejo y difícil muchas veces, cargado de símbolos... pero inmensamente bello, rico, inteligente, socialmente comprometido. Además, había complementado las actividades con el rigurosísimo estudio de otro maestro -don Gregorio Salvador Caja- sobre el poema machadiano Orillas del Duero.

Se había producido, pues, la conjunción de varias circunstancias: autores universales seleccionados para la BB (los primeros hispanoamericanos: Onetti, Uslar Pietri...); no obligatoriedad; edición barata y manejable; estudio inicial de significados especialistas; colaboración de la más rigurosa editorial española -Alianza- y un profesor dispuesto a sensibilizarnos con la lectura y estudio del consagrado Antonio Machado.

La idea surgió del Ministerio de Información y Turismo. La convocatoria del concurso se realizó entre editores privados, lo cual me da la pista de que acaso fueron estos (Salvat - Alianza) quienes entre los tradicionales (Poema de Mío Cid, Larra, Cela, Shakespeare, por ejemplo) colaron subrepticiamente a algunos autores malditos (Galdós, Unamuno, Gabriel Miró, el propio Machado...). Porque el tal organismo de 1970 no era, precisamente, un dechado de culturización y respeto a las palabras escritas si llegaban cargadas de ideas, sensaciones, denuncias o peligrosos pensamientos.

Así, por ejemplo, la revista canaria Sansofé (1969 – 1972) fue sometida a una implacable persecución («administrativa», la llamaron) desde el número nueve hasta su forzado cierre en mayo de 1972: dan fe diez expedientes. Las acusaciones fueron -entre otras- «Falta al debido respeto a las Instituciones Públicas en la crítica de su acción política», «Existencia de intención manifiesta de deformar la opinión pública», «Invitación al desorden»... La empresa propietaria (Graficán) debió abonar trescientas diez mil pesetas por multas (el billete de avión Gran Canaria – Tenerife, ida y vuelta, costaba quinientas diez). Solo por 1970 abonó ciento veinticinco mil pesetas (cuatro expedientes).

Pero hubo más. También ese año sancionaron a dos periódicos de Tenerife: El Día (tres multas), La Tarde (dos) y hasta el grancanario El Eco de Canarias (¡prensa del Movimiento!) sufrió las iras del censor. Tres años antes Diario de Las Palmas fue secuestrado y La Provincia padeció cinco expedientes. No detallo los pormenores, pero entre 1967 y 1975 se abrieron ochenta (y culminaron con sanción) a diarios españoles y diecisiete a canarios.

¿Por qué, entonces, el Ministerio de Información y Turismo, represor e inquisidor, subvencionó la publicación de la BB (Antología Poética es el número 16), algunos de cuyos autores allí incluidos ni eran -ni hubieran sido- cantores de la dictadura? (¿Apariencia de libertad? ¿Propaganda del régimen?) Curiosamente, la prolífica edición de 1970 es cuatro años posterior a la Ley de Prensa e Imprenta, en cuyo preámbulo se lee: «El principio inspirador lo constituye la idea de lograr el máximo despliegue posible de la libertad de la persona para la expresión de su pensamiento». Pero su artículo 2 echa por tierra cualquier esperanza: «Son limitaciones [...] el acatamiento a la Ley de Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales». Corría 2009: volví a recordar a don Sebastián de la Nuez y aquellos encuentros voluntarios. Yo visitaba Segovia, ciudad castellana donde el poeta había vivido desde 1919 hasta 1931 (el 14 de abril fue invitado a izar la bandera republicana en el Ayuntamiento: «Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra república de la mano»).

Era el 8 de septiembre. Frente a mí, el jardincito que daba entrada a la casa sin olmos, chopos o álamos, hogar de Machado bajo «trozos de un cielo añil». Recibí una llamada: José María Millares Sall había muerto en las Palmas. Simbólicamente presente, Antonio Machado. En el corazón, José María. Miré con naturalidad hacia el Olympo: allí estaban ambos, y se regalaban palabras de libertad.

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