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La presunción de inocencia es una garantía procesal que asegura que toda persona sea considera inocente hasta que se demuestre lo contrario en un juicio. Pero un asesinato, aunque los medios de comunicación se empeñen en lo contrario, no es «presunto» porque de hecho ha sucedido. Ese es solo uno de los «deslices» que se producen en el tratamiento de las violencias machistas. Pero hay más. En estos casos se pone sobre la víctima una presión que jamás se traslada a las víctimas de otros delitos. Un robo, un hurto, el vandalismo, una fuga tras un accidente… Raramente se pueden leer, ver o escuchar en los medios reportajes sobre el presunto ladrón, sobre el vándalo o sobre el fugado (en masculino todo, porque los hombres son abrumadora mayoría victimarios de todo tipo).Todo ello viene al hilo del caso de Dani Alves. Seguramente la mezcla de dinero y fama, por ser jugador de fútbol, tengan también mucho que ver en el lavado de imagen que se ha puesto en marcha a través de reportajes sobre su «supuesto» calvario mientras está en prisión preventiva. Ríos de tinta que tratan de poner a la opinión pública del lado del «joven y exitoso» ciudadano. La denunciante, en cambio, corre no solo con la carga de la prueba sino con el estigma de haber denunciado a un «modelo social» que hace caja con cada gesto. Su renuncia a indemnización es la concesión a la sociedad de que no busca dinero, sino justicia.Pero la justicia en las sociedades avanzadas, en las que no tenemos ni tortura ni pena de muerte, consiste también en la reparación. Si te roban, esperas la devolución, si tienes un accidente y no eres culpable, esperas una compensación. Si te agreden esperas una compensación. Pero si te violan, debes renunciar como prueba de verdad. Esta es la sociedad que tenemos, pero no la que podríamos tener.
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