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En el paraíso sufrimos una de las tasas de paro más deprimentes del país y, a pesar del sol, la playa y los récords de turistas ebrios y de saldo, nuestra calidad de vida es inversamente proporcional al aumento de la precariedad laboral. Pobreza, desigualdad o exclusión son palabras molestas, incómodas, desagradables, inoportunas para cualquier gobierno, sea del color que sea. Todas ellas las vemos caminar por la calle, también junto a la sede del Parlamento, y nos cruzamos de acera mirando para otro lado. Incluso nuestros más reputados expertos economistas niegan la mayor, cómplices de muchos lobbys y gobernantes acomodados que se desplazan en coches oficiales. Desde hace unos años asociaciones y ONG libran una batalla sin cuartel por visibilizar la realidad de la pobreza ante la opinión pública, mientras el poder económico imperante desmiente sus informes con estadísticas según convengan.
Son muchos los factores que influyen en la pobreza y las causas hay que buscarlas, ya no solo en la insuficiencia de recursos naturales de un territorio limitado como Canarias, sino también en la incapacidad para gestionar las instituciones y buscar soluciones para reducir los altos niveles de analfabetismo, la falta de preparación de los ciudadanos, cómo combatir la presencia de multinacionales que controlan los mercados, la avaricia, la especulación y la corrupción política y empresarial. Una serie de circunstancias que, unidas, dan lugar a que la brecha o separación entre clases se amplíe a niveles intolerables.
Los resultados del informe Foessa sobre Exclusión y Desarrollo Social demuestra que a los que gobiernan Canarias desde hace décadas les ha ocupado muy poco el problema de la pobreza, puesto que no se han iniciado o son insuficientes los proyectos de desarrollo que se están llevando a cabo y que sitúan a Canarias con los peores números nacionales. Desafortunadamente la conducta más prevaleciente que exhiben los gobernantes para enfrentarse a este desorden o situación de pobreza es la reactiva, es decir, actuar solo cuando la miseria llega a extremos, desarrollando políticas de subvención precarias que invalida toda creatividad y anula a las personas reduciéndolas a números.
Tenemos un mercado de trabajo en el que la mayoría de los nuevos contratos parciales tienen una duración inferior a un mes. Y esa circunstancia incluso se agrava en Canarias con la dependencia del turista de sol y playa, que ahora vuela a otros lugares sin que Coalición Canaria tuviese un plan B tras años de engañosa bonanza. Por eso es necesario un cambio, en todos los sentidos.
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