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Pena profunda

Pena profunda

«El que no venga a animar o alimentar esperanzas que se vaya a la mierda»

Jueves, 1 de enero 1970

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Empieza la desescalada, chirriante anglicismo que han introducido, pero bajo el sable de la incertidumbre. Nada hay perdurable en este tiempo. Todo puede quedar en veremos, aunque lo cierto es que comienza y todos deseamos que avance hacia esa «nueva normalidad» que nos van a imponer, pero que nadie atina a aclarar cómo será.

Desde que tenemos uso de razón aprendemos que la felicidad es relativa. En función de la circunstancia de cada cual, para disfrutarla se precisará más o menos. Son instantes, momentos y estados de cada uno.

Ahora, sin embargo, incluso con los avances, se impone una pena profunda al contemplar cómo se nos va una parte de la mejor gente que hemos tenido; esa que vivió una guerra, sufrió la posguerra, padeció pobreza y, aún así, construyó futuro. Una generación, ahora se destapan las vergüenzas, a la que mandamos a residencias que no merecían tal consideración. Abuelos y abuelas que en los momentos más difíciles, sufridores y conocedores que fueron de la barbarie, apostaron por la concordia, esa que sus hijos o nietos no parecen conocer, al ignorar que el peor virus es el sectarismo y que no hay emergencia que justifique la arbitrariedad.

El pensador y escritor norteamericano Arnold H. Glasow dejó dicho que la peor derrota de una persona es cuando pierde su entusiasmo. A la vista del tiempo presente y, con todo el drama que sufrimos, contemplando cómo se empeñan los responsables políticos en abonar la crispación, que se hace de arriba abajo pero que crece de abajo arriba, todo apunta a que nos abocan a la peor derrota, porque no hay uno que de pié a una brizna de entusiasmo.

En vez de hacer política, juegan a la política y se valen del drama para mejorar su posición. Los hay que apelan al consenso pero se saltan las mínimas normas de respeto institucional al anunciar en la televisión lo que luego trasladarán a los representantes de las otras jerarquías del Estado, al tiempo que pretenden utilizar la crisis para proyectar una imagen de que con ella se cerrará la cuestión territorial. Otros despotrican contra el 8-M mientras firman contra el confinamiento, se apuntan a descentralizadores cuando han clamado por lo contrario e incluso promueven caceroladas a la hora del aplauso, no confundan carajo, obviando que arrastran no pocas responsabilidades por el estado actual de la sanidad pública.

Enrique Gil Calvo refiere que en los países en que hay menos conflicto político, donde ha imperado el consenso cívico, la incidencia de la pandemia ha sido menor. Ahí queda. ¿Aprenderemos? Así las cosas, para que no arraigue la pena profunda que ahora nos invade, el que no venga a animar o alimentar esperanzas, que se vaya a la mierda.

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