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Suele decirse que el cambio del 31 de diciembre al 1 de enero es “partir el año”. Lo que no sé qué año parten, porque el anterior se acabó y el nuevo no ha llegado. Soy muy amante de cierta liturgias, pero a mí lo de las doce campanadas, las doce uvas y el ruido de voladores que viene después entre aullidos de perros aterrorizados nunca me ha tocado la fibra esa que hace que la gente se emocione. No tengo buena ni mala memoria de las noches de San Silvestre, y solo recuerdo una que me pilló sobrevolando Fuerteventura en pleno tránsito retrasado desde Lanzarote a Gran Canaria. Lo de las fiestas por decreto, el esmoquin y el cotillón me cogen muy lejos desde siempre.

Pero me gusta la expresión “partir el año”, aunque yo no le doy significado de frontera, sino de partir-partir, y en este caso yo le partiría a 2017 la cara. Se anuncian logros económicos pero sigue habiendo millones de personas que lo están pasando mal aunque tengan trabajo. Cuando la abundancia no es para todos deja de serlo y se convierte en abuso, y ese es el resumen económico de 2017, ya me dirán ustedes si no es para partirle la cara al año, o mejor, las piernas como en las películas de mafiosos.

Lo que me resulta casi incomprensible es que la clase política que se supone que nos representa no tenga conciencia de los verdaderos problemas que tenemos como sociedad y como personas. Se pasan todo el tiempo dirimiendo quién se sienta aquí o allá, o buscando la manera de levantar a quien ocupe el asiento. No miran alrededor, no ven la calle, no se tiene en cuenta todo lo que incide en el bienestar e incluso en la supervivencia. Lo de Cataluña es solo la punta de iceberg de la demostrada incapacidad de esta gente, cada cual atrincherado en su discurso, a cual más vacío y repetitivo, y haciendo siempre lo contrario de lo que predican.

Si 2016 fue el año de la marmota con elecciones generales repetidas, el año que acaba ha sido el de caminar en círculo para volver al punto de partida en el asunto catalán, que ya está pringándolo todo. Se teme de nuevo la marmota para 2018, porque parece que ya no hay más temas que la DUI, el 155 y todo el vocabulario y las manipulaciones de la verdad que se hacen de un lado y de otro. Y uno espera que sesudos diputados e inteligentes diputadas sean capaces en algún momento de pensar en lo colectivo, y no en lo que su partido puede ganar aquí o allá si hace esto o deja de hacer lo otro. No salvo a nadie, es el naufragio absoluto de la política.

Por eso espero que el nuevo año traiga un poco de lucidez bajo el brazo, que no se empecine en repetir la España intransigente de siempre, que alguien vea aunque sea el capítulo 1 de la serie “Cosmos” de Carl Sagan y se dé cuenta de que somos un suspiro en la existencia del Universo, que la Humanidad es un segundo entre miles de millones de años, que somos inmensamente pequeños para que encima se continúe en el empeño de sembrar discordia e infelicidad, como que haya hombres que se crean dueños de la vida de una mujer y otras barbaridades. Basta con mirar al cielo y pensar que esas estrellas que vemos emitieron su luz en un tiempo tan remoto que en realidad una noche estrellada es un mapa del pasado porque ahora mismo muchos de los astros que vemos ya no existen. Si al menos se actuara en proporción a lo que somos en el infinito, tal vez la expresión “partir el año” sería motivo de esperanza, la que yo sigo alentando porque finalmente espero que los seres humanos sean capaces de actuar en beneficio de todos. Es lo que le pido a 2018. Feliz Año Nuevo.

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