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Para bien y para mal, vivo en un archipiélago

Jueves, 1 de enero 1970

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El 27 de julio de 1989 aterricé en la isla de Lanzarote para realizar unas prácticas laborales que, en teoría, no debían durar más de dos meses. Lo cierto es que de Lanzarote pasé a trabajar en Gran Canaria y aquí me quedé. Y ¿qué tiene que ver esta historia que ocurrió en 1989 con mi vivencia personal del estado de confinamiento que estamos viviendo?

Pues eso, que desde hace más de treinta años vivo en una archipiélago y casi nunca me he arrepentido. Siempre he considerado que vivir aquí es, en muchos aspectos, una suerte: por ejemplo, cuando el 2 de mayo nos permitan salir a pasear una hora al día (aunque sea sin alejarnos más de un kilómetro de casa) casi todos los canarios podremos acercarnos al mar, al campo o a la montaña sin tener que subirnos a un avión. Además, Canarias ha conseguido mantener a raya al Covid-19 gracias, precisamente al hecho de ser un conjunto de islas. Alguna ventaja tendría que tener la insularidad.

Estos pensamientos me han acompañado este último mes mientras esperaba la llegada de una cinta plegable para caminar en casa, comprada el 17 de marzo. Y no la compré por capricho, que conste, sino por cuestiones de salud. Y digo esperaba porque ya no la espero. Uno de los lados negativos de vivir en un archipiélago empieza cuando compras algo por internet, en una tienda de artículos deportivos que asegura que te la envía a Canarias y promete que el pedido llegará el 26 de marzo sin problemas porque tienen el artículo en stock y los plazos se van a cumplir. El día 26 de marzo, una vez que ya han cargado el pedido a mi tarjeta, me indican que habrá un pequeño retraso, la cinta acaba de salir del almacén y ya se ha entregado a la empresa de paquetería que me la traerá desde la península. ¿Cuándo? El 2 de abril. Bueno, una semana más no importa. El 2 de abril ya me dicen que debido a la situación excepcional que vivimos, los pedidos están sufriendo más retraso del previsto; nueva fecha de entrega, 8 de abril. Pensé, ¿en plena Semana Santa? Pues no me lo creo. Me pongo en contacto con la empresa de paquetería (líder mundial, según su página web), donde me dicen que no saben nada de mi pedido, que ni les consta que exista. La tienda donde los compré afirma que ellos sí se lo han dado a la empresa de transportes, quien lo vuelve a negar. Así hasta cuatro veces. El final ya se la pueden imaginar, el 22 de abril, la tienda me dice que mi cinta está en Barcelona (¿?), que no me la pueden mandar a Canarias, que no hay más existencias (ni las esperan), que dan por concluida la operación y que me devuelven el dinero. Hombre, después de que llevan un mes vacilándome, ellos ponen punto y final a la compra sin consultarme siquiera. Y si se preguntan la razón por la que no anulé antes el pedido, es sencilla: una vez que la cinta salió del almacén (26 de marzo) ya no lo podía anular la compra y para devolverla tenía que esperar a que me llegara a mis casa, donde nunca llegó.

Así que desde hace un mes mi reclusión ha sopesado las ventajas y los inconvenientes de vivir en un archipiélago en medio del Atlántico donde es más fácil que te llegue antes un paquete postal desde Australia que una compra on line desde la península.

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