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La vieja sentencia kantiana sigue vigente: «La moral reina pero no gobierna». Lo comprobamos estos días en que, en la cuenta atrás electoral, los candidatos inician un interminable procesionar por los más variopintos lugares, prodigando frases grandilocuentes. Presumen de virtudes, ignorando que desde el momento en que lo hacen estas dejan de serlo y pecan de vanidad, mientras se suceden episodios que retratan una democracia degradada por el cinismo y la manipulación imperante en los modos y maneras de hacer política en los últimos años.

Hasta tal punto hemos normalizado la degradación que se atreven a concurrir a las elecciones alardeando de ser honrados y trabajadores, como si ello no fuera de obligado cumplimiento, tal como en la mili se daba por descontado el valor. Se instalan en la superioridad moral, al tiempo que prodigan el torticerismo, la palabra incumplida y la enajenación de responsabilidades, porque la culpa siempre es del otro, hasta el punto de que soportan sus mensajes sobre los deméritos del aquel y no en la capacidad de construir. El miedo como santo y seña. Si vienen aquellos nos quitarán el dinero de las carreteras. Si llegan los otros regresaremos al blanco y negro. Si ganan estos nos despedazaremos. Y mientras tanto, los temas capitales, sean desigualdades sociales, falta de políticas de cohesión, brecha digital, cambio climático o empobrecimiento de los servicios públicos, en el cuarto oscuro.

De repente se acuerdan de la España vaciada y todos prometen acciones para atender ese interior, peninsular e insular, tanto tiempo olvidado. Claro que la aparente buena fe no es tan cándida como parece y obedece a que nunca como ahora el futuro electoral ha sido tan incierto y, por mor de la fragmentación política, muchos escaños pueden bailar por márgenes muy pequeños de votos.

Sin embargo, prodigándose tanto en manifestaciones de uno y otro pelaje, arrogándose tanta integridad moral como hacen, sorprende la tibieza con que han despachado asuntos en el candelero estos días que dejan a las claras el nivel de degradación alcanzado. Hablo de esa policía política, a la sombra de las cloacas del Estado, a la que se le encomendaron tareas de desprestigio de Podemos, con la intención de dinamitar cualquier posibilidad de acceso al poder; o la ratificación de la sentencia del caso Las Teresitas, confirmando el clamoroso asalto a las cuentas públicas. En los dos asuntos casi todos han mirado hacia otro lado o han realizado pudorosas manifestaciones del tipo «respeto a los tribunales de Justicia» o «de aquello ya no hay nada». La higiene democrática, la preservación de ésta, porque «no hay nada mejor que defender en el horizonte», como dice Joaquín Estefanía, precisa más contundencia y compromiso.

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