Isabel Preysler posa antes de presentar sus memorias, este miércoles en Madrid. EFE/ Daniel Gonzalez

Por respeto a mí misma

Porque hay una verdad en todo esto: el amor mueve el mundo, sí, pero el desamor lo acelera. Que se lo digan a Shakira, Leire Martínez o Andy y Lucas, que han convertido la ruptura en un modelo de negocio emocional

Nélida Cedrés

Miércoles, 22 de octubre 2025, 23:13

Debe llegar un momento en la vida, quizá al cumplir los 70, en el que todo te da exactamente igual. Y si no, que se ... lo pregunten a Isabel Preysler, que acaba de publicar sus memorias con una serenidad de 'porcelana' y la artillería pesada de unas cartas de amor, firmadas por Mario Vargas Llosa, y de desamor, solo una, firmada por ella.

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Ya sabíamos que el Nobel escribía bien, pero nadie sospechaba que rozara el terreno de Bárbara Cartland: la abuela de Lady Di, aquella autora británica que convirtió el amor rosa en industria y de la que poco o nada, aprendió Carlos de Inglaterra, cuando el lugar de inspirarse en sus novelas románticas, le dedicó unas líneas mucho más directas y menos poéticas a Camila… en las que confesaba su deseo real, o su real deseo.

Porque hay una verdad en todo esto: el amor mueve el mundo, sí, pero el desamor lo acelera. Que se lo digan a Shakira, Leire Martínez o Andy y Lucas, que han convertido la ruptura en un modelo de negocio emocional. Y ahora, la Preysler se suma al club con un gesto digno: sacar las cartas, y dejar claro quien puso a quien de patitas en la calle.

Pero esta semana, España también se ha paralizado ante otro fenómeno pasional: 'Vera, una historia de amor'. Obra que ha dado el Premio Planeta a Juan del Val. Curioso que de la novela se hable poco, pero mucho de la dedicatoria a su mujer, de sus inicios en la construcción o de los kilos que ha perdido el último año. Pero así somos: nos fascina menos la literatura que la vida privada de quien la firma.

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Mientras tanto, el filósofo Byung-Chul Han, recientemente galardonado con el premio Princesa de Asturias, nos habla de la sociedad del cansancio, pero viendo el panorama, creo que tocaría actualizar el diagnóstico: no estamos cansados, estamos hastiados. De tanta perfección, de tanto amor público y de tanta autopsia sentimental.

Quizás el hastío sea el último lujo de la madurez: mirar atrás, reírte, y decir como Isabel: «Por respeto a mí misma… hasta aquí hemos llegado».

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