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Negar la democracia

Editorial ·

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Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 17 de diciembre 2022, 22:50

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El clima irrespirable que envuelve desde hace años el debate político parecía haber llegado a la degradación máxima. Pero, a pesar del espeso fango en el que chapotea, aún estaba muy lejos de hacerlo. El sonrojante pleno del Congreso del pasado jueves marcó un antes y un después en el deterioro de las instituciones básicas de nuestra democracia, sometidas a un impúdico manoseo partidista que está dañando inexorablemente su imagen, y dinamitó cualquier expectativa de entendimiento entre los dos frentes irreductibles en los que se ha dividido el Parlamento. Esas han sido las primeras consecuencias de una reforma exprés del Código Penal a gusto de los independentistas encausados por el 'procés' y de la rebaja de la mayoría para que el Consejo General del Poder Judicial nombre a magistrados del Tribunal Constitucional, lo que lo inclinará hacia el sector progresista y en respuesta al injustificable bloqueo auspiciado por el PP.

Los cambios legales impulsados por el PSOE y Unidas Podemos son discutibles en la forma y en el fondo. Como puede serlo la desesperada reacción de los populares y Vox al pedir a la corte de garantías que los paralice antes de que sean aprobados definitivamente por las Cortes Generales –lo que no tendría precedentes– aun a riesgo de desatar un peligroso choque entre poderes del Estado. Pero la relevancia de las medidas y las discrepancias que su contenido pueda suscitar no justifican un frívolo cruce de acusaciones sobre supuestos propósitos golpistas a ambos lados del hemiciclo ni retóricas apocalípticas que hacen depender la democracia de qué mayorías predominen en órganos constitucionales que deberían estar por encima del juego partidista.

Es irresponsable deslegitimar el CGPJ y el Tribunal Constitucional con mensajes que condicionan el respeto a sus decisiones a que estén bajo el control de personas afines, como han hecho el PSOE y el PP en una actitud impropia de partidos de Estado. Así socavan el prestigio de esas instituciones, sumidas en un preocupante descrédito alimentado por la elección de sus integrantes por cuotas en las que excelencia profesional parece pesar menos que la obediencia a unas siglas. El país afronta una crisis sistémica que solo agudizará el frentismo tóxico que domina el debate político y que es preciso detener. Más que negar la democracia si se impone el rival –un disparate al que ha llevado la polarización extrema–, los grandes partidos deberían aunar esfuerzos para reforzarla.

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