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Miserias y mezquindades

Rafael Álvarez Gil y / Las Palmas de Gran Canaria

Jueves, 1 de enero 1970

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Ha vuelto la Guerra Fría. O algo similar, la Historia nunca se repite. Pero el intercambio de espías en Berlín queda ahora en cibernautas mandados desde Moscú para influir en el resultado electoral de las elecciones presidenciales estadounidenses o desestabilizar aún más si cabe el tema catalán. Hemos mejorado: más humano es hacer política (o espionaje) con teclado en ristre y una conexión a Internet que matar en un callejón oscuro de Varsovia o Teherán. Pero Rusia desea recuperar su hegemonía, o recuperar parte de ella. La complicidad existente entre Estados Unidos y Moscú tras el 11S fue más bien la excepción. Meternos en los demás no es nada nuevo, lo que cambia son las formas que resultan más sibilinas amén de Internet o de aprovechar las redes sociales para santificar la posverdad.

Lo que no cambia es el pretexto. Con frecuencia se traiciona amparándose en el discurso de los ideales políticos que, en el fondo, denota una supuesta superioridad sobre el resto. Hago esto, aunque esté mal, porque es preciso e inevitable para mantener un interés todavía más importante. Se suele llamar razón de Estado en la gran escala. A nivel mundanal es mero espionaje más o menos cuidado, porque hasta los diferentes servicios secretos tienen su caché.

La política tiene un lado oscuro, cruel y mezquino que, en ocasiones, tropieza con el dilema moral de las personas. Quien haya visto ‘La vida de los otros’ (2006) lo entenderá. Una película ambientada en la ochentera República Democrática Alemana que retrata la dimensión humana cuando es atizada por el sectarismo. Un mal que, por desgracia, no se estila solo en las dictaduras.

Pensar por uno mismo en democracia tiene un precio cuando no impera el respeto mutuo. Pier Paolo Pasolini era un intelectual, lo cual ya sale caro, que encima su perfil se caracterizaba por declararse católico, comunista y homosexual. Y desplegar su forma de ser, su libertad a fin de cuentas, le conllevó numerosas presiones y chantajes por no hablar de cómo fue su muerte. Él destacó y por su inteligencia y sensibilidad artística incomodaba. Y su agudeza y denuncia social obligaba a que otros tuvieran que recapacitar sobre sus propias actuaciones, lo que nunca resulta de agrado porque es más sencillo mantener tus pautas. Y no ocurrió en un sistema totalitario, era en la Italia democrática de la posguerra. Prácticamente el otro día. Ahora ensalzamos, y merecidamente, la obra de Pasolini. Y entonces también cosechó sus justos halagos. Pero conviene no olvidar que padeció lo suyo. Que detrás de aquel intelectual, como de tantos otros, anida el resistir las molestias de terceros que se creen incordiados y prefieren el silencio, el del otro, aunque sea impuesto.

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