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Alemania vive hoy unos comicios donde todo apunta a una nueva victoria de Angela Merkel, sería entonces su cuarto mandato. La campaña electoral se ha distinguido por su calma y aburrimiento, por estar su resultado más que predicho. Incluso, los dos grandes partidos (democratacristianos y socialdemócratas) apenas se han distinguido porque allí prima el consenso sobre el frentismo. Europa está inundada de problemas políticos de toda laya y, sin embargo, en Berlín las cosas marchan razonablemente bien. No hace falta más para una sociedad que no desea cambios. Y aunque estas semanas de disputa electoral entre el centroderecha (CDU) y el centroizquierda (SPD) no haya dado para muchos apasionamientos, ese sosiego choca con lo que está pasando en otros Estados miembros del proyecto comunitario.

En España una campaña predecible fue la del año 2000. Se barruntaba que ganaba el PP de José María Aznar y la única duda era si lo haría con mayoría absoluta o no. El candidato socialista, Joaquín Almunia, pactó con IU en aras de intentar animar unas expectativas para una izquierda que se veía superada por un presidente del Gobierno que galopaba sobre la bonanza económica de los cursos de la burbuja inmobiliaria y el crédito fácil, las otrora clases medias urbanas comenzaban a endeudarse sin tino. Aquella operación no le salió bien ni a Almunia ni a IU encabezada por Francisco Frutos tras la larga sombra de Julio Anguita en la década de los años noventa. El PSOE obtuvo el que sería entonces su peor resultado en la historia democrática y Almunia, en un ejercicio de sensatez, asumió su responsabilidad y dimitió la misma noche del recuento. Eso sí, lo que supuso la segunda legislatura de Aznar es otro cantar.

Por el contrario, ahora estamos inmersos en una etapa repleta de dificultades (desigualdad social y conflicto territorial) que ceñirán la próxima cita con las urnas. A poco que consigamos un momento de sosiego añoraremos aquellos comicios en los que el bipartidismo, con sus luces y sus sombras, otorgaba certidumbre al sistema político. Nadie sabe qué será de la arquitectura constitucional de 1978 cuando sus cimientos se tambalean y cunde el populismo aderezado por el fenómeno de la posverdad que pulula a sus anchas por las redes sociales.

Será cuestión de ciclos históricos. Y precisamente el presente invoca a la inestabilidad. Pero la memoria, así como la nostalgia, permite dilucidar el riesgo de haber perdido por el camino aspectos positivos que han decaído. Y hasta 2015, primeras elecciones generales en la que se plasma el declive del bipartidismo, hubo logros que se han dejado de valorar por último fruto de una actualidad acelerada. En Alemania apostarán hoy probablemente por la continuidad de la CDU. Quizá lo hagan en cuanto que Berlín sigue siendo la que ejerce la hegemonía dentro de la Unión Europea. Tras un siglo XX en el que el dilema era cómo contener a Alemania para soslayar riesgos políticos en el Viejo Continente, este domingo podrán elegir en democracia a su canciller de la certeza, el centroderecha y la defensa germana ante los riesgos de una Europa balcanizada. A su modo, esta quietud se la han ganado.

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