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Maldiciones y otros desvaríos

Bardinia ·

El origen de cada uno de estos mitos tiene que ver con hechos puntuales, que en la distancia son interpretados como la traición a causa de un enamoramiento pasional con un invasor o la escasez de todo, que hacen soñar con tesoros a un pueblo muy pobre

Emilio González Déniz

Las Palmas de Gran Canaria

Lunes, 1 de noviembre 2021, 23:25

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Cada territorio tiene sus mitologías, que en la mayoría de los casos se van componiendo boca a boca y atraviesan siglos. Como materia etnográfica, las leyendas, las historias truculentas y otros relatos que están en la frontera de lo irracional suelen dar mucha información velada sobre comunidades de otro tiempo y que los estudiosos tratan de explicar como elementos anejos a la historia, si es que no forman parte de ella.

Por nuestras islas circula mucho material mitológico, que tiene sus características especiales en cada una, pues no es lo mismo la Leyenda de Ico en Lanzarote que la de la nativa herreña que reveló el secreto del árbol del Garoé a los conquistadores de Jean de Bethencourt, porque se enamoró (¡ay, el amor!) de un apuesto soldado normando, o la idea de que en Fuerteventura hay valiosos tesoros enterrados. El origen de cada uno de estos mitos tiene que ver con hechos puntuales, que en la distancia son interpretados como la traición a causa de un enamoramiento pasional con un invasor o la escasez de todo, que hacen soñar con tesoros a un pueblo muy pobre.

Dentro de estas mitologías ocupan un lugar destacado las maldiciones, que, por repetición, hay quien acaba creyendo, como la causa de aridez de Fuerteventura, atribuida a la maldición de Laurinaga. Cuentan que un gobernador de la isla en el siglo XV, tiempos del Señorío de Canarias, era un depredador sexual, que tuvo catorce hijos legítimos e incontables repartidos por toda la isla. Uno de sus hijos legítimos, ya adulto, trató de forzar a una joven campesina, y acudió en ayuda de esta otro joven del lugar. De repente, apareció a caballo el Gobernador, que mató al muchacho que defendía a la chica. Atraída por los gritos, acudió la madre del muerto, Laurinaga, que, años antes, había sido una de las indígenas violadas por el gobernador, al que descubrió que acababa de matar a uno de sus hijos desperdigados por la isla a causa de sus violentas correrías sexuales, y lanzó una maldición a la tierra que pisaba. Dice la maldición que, desde entonces, Fuerteventura se convertiría en un desierto sin árboles ni flores y que acabaría desapareciendo. Y hay quien lo cree, sin valorar que en aquel momento la isla era ya muy árida, y sin duda desaparecerá dentro de millones de años porque los tiempos geológicos son muy largos.

Así, hay maldiciones por todas las islas, que tienen una explicación lógica o simplemente no se han cumplido porque no tienen ni pies ni cabeza. Por supuesto, el volcán que ahora mismo asola La Palma también da pie a especulaciones esotéricas. Son bien conocidas las Endechas a la muerte de Guillén Peraza, que era el joven hijo del Señor de Canarias Hernán Peraza. También a mediados del siglo XV, el heredero del Señorío de Canarias, desembarcó en La Palma, precisamente por el cantón de Tajuya, por donde hoy ruge y arrasa el volcán, a capturar esclavos para luego venderlos y seguir financiando las conquistas de su padre. Guillén Peraza murió de una pedrada que lanzaron los aborígenes defensores.

Esa muerte, tan sentida entre los castellanos, dio lugar a las mencionadas endechas, que son cuatro estrofas; algunos vienen a decir que la segunda, y sobre todo la tercera («Tus campos rompan tristes volcanes, / no vean placeres sino pesares, / cubran tus flores los arenales») son una maldición que pesa sobre La Palma, especialmente sobre la parte sur, donde ha habido unas cuantas erupciones desde el siglo XV hasta ahora. Y todo por

haber matado en defensa de su libertad a alguien que, en resumidas cuentas, era un esclavizador. Lo curioso es que esa idea surge de creencias populares, porque excelentes investigadores literarios de las famosas endechas, desde Menéndez Pelayo y Pérez Vidal a Maximiano Trapero y Paz Díez Taboada, dan a esos versos un valor metafórico, hijo del dolor por la pérdida de una vida muy valorada. Es eso, nada más.

Vayamos a los hechos y no empecemos a desvariar. La Palma fue conquistada medio siglo después de este episodio (no con juego limpio, todo sea dicho), y por las venas de su población corre sangre aborigen pero también castellana, con lo cual la maldición recae también sobre quienes la lanzaron. Es decir, un disparate. ¿Quién maldijo a Lanzarote, al Hierro o a Tenerife, y a todas las Islas Canarias, que han emergido del océano por erupciones volcánicas en los últimos 20 millones de años? Lo de la Palma es una gran catástrofe, pero es parte de un proceso natural a larguísimo plazo y que nada tiene que ver con Guillén Peraza, sus endechas y sus intérpretes. Convertir hechos científicos en evocaciones mágicas no es serio; hay demasiada angustia para, encima, añadir especulaciones sobrenaturales. El volcán es terrible y destructivo, pero no es una maldición, es un cataclismo geológico. Y, por supuesto, sigo siendo un palmero más.

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