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Un joven manifestándose este sábado por la «unidad» de España en Madrid. Efe
Manifestarse y llorar
...y los gatos tocan el piano

Manifestarse y llorar

Sábado, 18 de noviembre 2023, 23:13

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El derecho de manifestación está recogido en la Constitución como un derecho fundamental de carácter personal, cuyo ejercicio obedece a la mera voluntad de quien lo cree necesario para exponer su conformidad o disconformidad con cualquier cuestión de relevancia. Como derecho fundamental que es, no tiene sentido exigirle a alguien que se manifieste o deje de hacerlo, pues no hay forma de distinguir las manifestaciones acertadas de las desacertadas. Para ser genuina, a una manifestación le basta con ser la voluntad de quien la ejerce.

Sin embargo, el anverso de la moneda reside en que, por su carácter de derecho fundamental individual, la manifestación no vincula a nadie más que a la persona o personas que la ejercen. Nadie puede pretender que una manifestación «fuerce» a quien gobierne a cambiar su punto de vista, pues dicho gobernante está ejerciendo otro derecho fundamental: el de la representación política o el de ejercer cargos públicos. Y cada uno ejerce sus derechos como mejor le parece.

Por otro lado, no es menos cierto que la cantidad nunca concedió razón alguna. Diez millones de personas pueden estar equivocadas al mismo tiempo, mientras que, dependiendo de cuál sea el asunto, basta una sola para estar en lo cierto.

Valgan los anteriores párrafos, tediosos donde los haya, para recordar la obviedad de que, aún siendo un derecho fundamental, el de manifestación no es el bálsamo de Fierabrás ni produce el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Los sindicatos, por ejemplo, saben bien lo que es manifestarse y que no te hagan ni puñetero caso.

Por ese motivo, a 179 miembros del Congreso de los Diputados no les ha impresionado gran cosa las algaradas en las puertas de Ferraz y el asedio a las sedes del PSOE en otras localidades. Esas 179 personas ejercen el derecho fundamental de representación política, derecho, este sí, que obra el milagro de convertir a un particular en presidente o presidenta del Gobierno. Es lo que hay, pero siempre queda el recurso de llorar de impotencia, que es lo que una misma ha hecho en cientos de manifestaciones que no han servido para nada.

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