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Las Palmas de Gran Canaria no es una ciudad sobrada de zonas de esparcimiento. Afortunadamente la naturaleza la ha dotado de algunas que sirven de alivio para la ciudadanía, que tiene estos lugares preciosos y envidiables para el solaz y el recreo. Difícil sería imaginarnos los que en ella vivimos sin estos espacios, y más aún suponer cómo sobrellevaríamos el peso de una urbe con tan alta densidad de población y con tan pocas infraestructuras para el disfrute y el relajamiento.

Lo insólito es que con todas estas carencias este municipio se permita la licencia de no contar con algunos o descuidar otros e, incluso, consienta que se prohiba hasta pasear por uno. Que el campo de volcanes de La Isleta, la más importante reserva de suelo virgen que dispone la capital para el relax de sus habitantes esté secuestrado para uso exclusivo del Ejército es más que sorprendente.

Y es escandaloso que el Confital, un espacio protegido, qué tanto costó hacerlo propiedad pública, tenga que ser periódicamente cerrado al baño por vertidos fecales. Escandaloso y sonrojante, encima, que así pase el tiempo no solo no se impida esa recurrente contaminación sino que, hasta la fecha, ni siquiera se hayan esmerado en averiguar cuál es la causa. Y en esas estamos.

Así las cosas, habrá que concluir, vistas las nulas atenciones que se le dispensan a este trozo de costa capitalina de gran encanto y valor, que el abandono y marginación a la que fue condenada durante demasiados años no se ha corregido. El Confital es ya propiedad municipal, pero está claro que no está recuperado.

Y no está Las Palmas de Gran Canaria para permitirse el lujo de despreciar a una parte importante de sus dos costas y menos permitir que la desidia, ¿o es incompetencia?, hurte semanas a los ciudadanos la posibilidad de zambullirse en sus aguas y recrearse con el entorno.

Pero es que el Confital, además de paraje natural de alta sensibilidad ecológica, ha acogido usos que son historia de la ciudad. Y si partimos de la base de que conservamos lo que amamos, amamos lo que conocemos y conocemos lo que nos enseñan, no parece que quienes están obligados a preservar y velar por este entorno conozcan mucho sus valores. Bueno sería que se aplicaran en conocerlos y en darlos a conocer para amarlo y conservarlo.

Belleza del lugar al margen, con una ola envidiada por surferos de todo el mundo, con flora y valores geológicos excepcionales, su suelo acogió salinas, fábrica de salazón, piconera; su bahía sirvió de abrigo a no pocos veleros que llevaron a muchos de los nuestros a las Américas en busca de una vida mejor y su toponimia nos enseña El Muellito, el Bañadero, el Zoco, el Charco de los Chochos, la Punta, la Baja del Soldado, el Caletón del Ancla, Aranaga, la Caleta de la Salina, la playa de la Carná, el Caletón de la Inglesa, Puntilla del Roque, el Charco de las Sirenas, la Estancia, los Albarderos, la Cueva de la Hondura, las Carraqueñas... y nos invita a un sugerente viaje por calas que hay que conocer para disfrutar. Pero, para disfrutar y usar, ahora que ya es de todos, hay que cuidar. Aplíquense, pues, de una vez.

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