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Los jueces no pueden ser un club privado

«Es evidente que la fórmula actual huele a podrido, pero el poder judicial no debe escapar al control del pueblo»

Jueves, 1 de enero 1970

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Gaumet Florido

Estos días hemos asistido a un vergonzante episodio más de un reparto de la tarta en la cocina del poder. Pedro Sánchez superó la ofensa que le llevó a anunciar una ruptura oficial de relaciones con Pablo Casado, y éste, a su vez, se olvidó de que su partido no negocia con golpistas, como él mismo descalificó al presidente del Gobierno. Tocaba jugar a las estampas con los integrantes del Consejo General del Poder Judicial, y en política, o en ciertos ámbitos de la política, el fin sí justifica los medios. Una cosa es la pose mediática, o sea, el pasteleo, y otra muy distinta es la defensa del chiringuito.

Por eso no les costó tanto llegar a un acuerdo para pactar qué magistrados de su cuerda ideológica se sentarán en esa poderosa instancia. Pero es más, como hace tiempo que perdieron la vergüenza, esta vez ni se cortaron un pelo en filtrar que han sido ellos mismos, los dos partidos, los que ya han designado al que será presidente de ese órgano, el grancanario Manuel Marchena, cuando la legislación deja claro que su elección correrá a cargo por votación nominal de sus propios compañeros en un pleno del propio consejo. A la vista está que la independencia que se le presupone al poder judicial está más que en tela de juicio. Entre otras cosas, porque buena parte de los elegidos para tan altas funciones no son precisamente los mejores, sino aquellos a los que se les paga con un retiro dorado su colaboración temporal en cargos públicos, y políticos, en gobierno autonómicos, diputaciones, ayuntamientos o cámaras legislativas.

Ahora bien, aunque todo esto huele muy mal y suena muy feo, lo prefiero a un sistema en el que los magistrados, entre los que, por cierto, también hay muchas habas podridas, se conviertan poco menos que en un club privado, a que sean ellos mismos los que se lo guisen y se lo coman, sin más controles que los que se marquen ellos mismos. ¿Por qué? Porque no me fío, porque tienen demasiado poder y son casi intocables. Es evidente que la fórmula actual huele a podrido y que hay que buscar otra que garantice su independencia, pero también veo claro que el poder judicial no debe escapar al control del pueblo.

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