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Los futbolistas son de los pocos que disfrutan de un mercado perfecto. En función de tu juego, tanto vales. Qué tranquilidad. Si compites y mejoras, otros te fichan. Y viceversa. Incluso, por último, se ha puesto de moda que las grandes estrellas se vayan un par de años a Japón o China bien a ganar unos millones de más o buscar un retiro exótico. Ellos no tienen preocupaciones profesionales, y no lo digo por el salario, sino porque saben que a su alcance se encuentra un tablero de ofertas a valorar en búsqueda de nuevos destinos. En otros gremios no pasa lo mismo, por no decir la mayoría. Sobre todo, desde que los efectos de la crisis han llegado para quedarse. Lo de antes no volverá y los más jóvenes no saborearán ese mundo de ayer del mercado laboral al calor del crédito asequible y la burbuja inmobiliaria. Hoy se trata de sujetarse al puesto de trabajo contra viento y marea, resistir es vencer.
¿Sana envidia? No lo creo. Pero más de uno se lo habrá preguntado mientras aguarda en la cola de la oficina del paro o está en el sofá de su casa pendiente de que el móvil suene de una maldita vez. Todo un ejercicio forzoso de humildad que marca el carácter. Es el mundo del mileurismo, de la precariedad y de la incertidumbre vital. La legión del precariado. Hasta el punto de que se estila ahora la queja de cobrar menos que un trabajador del Mercadona, y eso que parece que estos son los mejor pagados del sector. Por supuesto, podríamos decir que un médico o un ingeniero (por poner ejemplos) que han estado estudiando años se ven menos recompensados que las estrellas o la infantería del balompié. Aunque, eso sí, gozan de otras alegrías.
Los futbolistas amanecen sin estas preocupaciones. Aunque eso no quita que tengan luego otros problemas a sortear. Es más, cuántas historias conocemos de jugadores con una jugosa billetera que de repente adquieren cariños múltiples de amigos y familiares que, en realidad, representan el puro y duro interés. Se les pegan con abrazos, besos y mensajes de artificial cariño a la par que estos adquieren réditos, favores o dinero fácil. De hecho, hay casos que acaban arruinados y pasando miseria el resto de sus días debido a esos afectos insensatos; sucede tanto en el fútbol moderno como en el ochentero (que aún añoramos) desde que este negocio se desmadró camino de convertirse en una especie de burbuja que, digo yo, tendrá que estallar. Y entonces se igualarán al común de los mortales. Es decir, la mayoría que acude a trabajar cada mañana sabiendo que la presión es creciente y que el mero hecho de disponer de una nómina razonable ya es un lujo. Un motivo para brindar.
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