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Los azares del arte

Jueves, 16 de julio 2020, 10:34

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La historia está llena de anónimos y de olvidados. Hasta hace unos días no sabía quién era Juan del Castillo Westerling, un artista silenciado por el tiempo, un hombre de mundo en una época en que ser cosmopolita y viajero te hacía avanzar mental y socialmente, buscar más allá de los horizontes casi siempre carcelarios de quienes se empeñan en mirarse solamente el ombligo, o el ombligo de otros que tampoco tienen ningún interés en buscar más allá de donde alcanza la mirada, y quien no busca lejos, asomándose casi a los abismos, difícilmente halla caminos nuevos. Ese afán viajero le acercó también a la botánica y a la observación de la naturaleza, y a la preocupación por el destino de la condición humana, a su evolución y a su crecimiento personal e intelectual.

He llegado a Juan del Castillo Westwerling gracias a la exposición que estos días puede visitarse en la Casa de Colón –en el mes de septiembre se mudará a Telde, a la Casa Museo León y Castillo– y gracias, sobre todo, al empeño de Jonathan Allen, el comisario de la muestra, quien ha dedicado su tiempo, junto a algunos familiares del artista, a recopilar, rebuscar y ordenar la obra pictórica que creó Juan del Castillo, conspicuo y original caricaturista, pintor detallista y sutil, atinado observador del paisanaje con el que convivía en los primeros años de la segunda mitad del siglo XIX. Pero estos días también estaba leyendo un revelador y emocionante poemario de Iván Cabrera Cartaya publicado por Ediciones La Palma: Westhaven Bay y La Montaña Amarilla. La tarde que visité la exposición de Juan del Castillo había estado leyendo los versos de Iván Cabrera: «Quizá toda mi vida,/ irisada de playas que se nadan de noche,/ sea esta música/ que se toca sin público;/ estas palabras que se dicen/ en voz muy baja,/ como un secreto cómico y trágico a la vez». El destino quiso cruzar a los dos creadores en una tarde de julio de 2019, y la serena y sabia poesía de Iván se cruza ahora en mi memoria con el destino de quienes, como Juan del Castillo Westerling, crean y luego son olvidados durante años. Queda la obra, y al final esta emerge desde la nada como un milagro.

Los versos de Iván Cabrera Cartaya serían leídos masivamente en una sociedad que valorara la calidad de los creadores, pero lo más probable es que solo quedarán en la memoria y en los anaqueles de un público minoritario. Sí me atrevo a afirmar que cuando ya no estemos ninguno de nosotros perdurarán sus versos, y alguien, como Jonathan Allen con Juan del Castillo, los traerá de nuevo al presente que ahora es solo un futuro ignorado y lejano. «¿Acaso no era eso la poesía?/ Nombres, heridas, adjetivos/ trabajados con barro/ en las orillas de lo soportable». Era eso, querido Iván, y tú has sabido modelar ese barro de la palabra para que quede a salvo de la mediocridad y del olvido.

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