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Vivimos instalados en medio de múltiples contradicciones en el debate público. No hemos sido capaces de suscribir ese gran pacto por la educación, ni en tiempos del bipartidismo ni en el actual de la fragmentación parlamentaria, pero hemos importado de manera forzada la convergencia educativa europea que es, dicho sea de paso, más bien anglosajona. Hemos pretendido poner en funcionamiento el proceso de Bolonia a coste cero en el ámbito universitario. Sin recursos, sin más profesores, sin hábito de análisis,... continúa (y es natural) la Facultad donde el docente expone su clase magistral, el alumnado toma nota de los apuntes y estos los vomita el día del examen. Nos entusiasmamos con discursos en cuanto a la educación y la investigación se refiere en relación al crecimiento económico, pero la normalidad vivida en las aulas es similar a la de hace diez años o, si me apuran, a la época del ministro José María Maravall y las contestaciones en la calle del cojo Manteca.

La inteligencia emocional, la valentía, la resiliencia, la capacidad social o la empatía son hábitos y virtudes que distinguen a un buen profesional, a un jefe capaz de generar sinergias y, a fin de cuentas, a una persona realmente excepcional. Son esos aspectos los que determinan, en última instancia, esa diferencia o plus que hacen sobresalir un perfil sobre otro. No todo es estrictamente curricular. Ni está en los títulos ni en los planes de posgrado y, sin embargo, es básico. Un vocabulario empobrecido (¡no se lee!) puede echar al traste el mejor proyecto. Por no mencionar que la mayoría de alumnos cuando salen del instituto o de la Facultad sienten todavía pánico al tener que exponer un trabajo en público.

En fin, nos hemos incorporado al debate europeo sobre la educación sin antes afianzar los mínimos internos. Nuestra trayectoria es la que es: por cada Gobierno socialista o popular mal que bien se ha modificado la normativa educativa. No hay ley en democracia sobre la materia que aguante un par de generaciones. Y visto el elevado partidismo que impera en el presente, sin cultura de pacto que sortee los trompicones diarios, no parece que zanjemos de una vez esa ausencia de visión conjunta. Pero luego tratamos de ser los más europeos en pos de un lenguaje políticamente correcto que desconocemos hacia dónde nos conduce. Contradicción tras contradicción perviven en el espacio educativo avivadas por la laguna de un consenso político que nunca llega. El mismo, por otra parte, que podría concernir a la política exterior o a la financiación autonómica y tampoco irrumpe. Concurrimos en el multipartidismo con intenciones aún estiladas en los años de mayoría absoluta que, a todas luces, difícilmente volverán.

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