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Arcadio Suárez
...Me llegó por el móvil

...Me llegó por el móvil

40 aniversario ·

La gratuidad, la inmediatez y la accesibilidad que proporcionan la red y todas sus armas han democratizado la información, es verdad, pero también la ignorancia

Gaumet Florido

Las Palmas de Gran Canaria

Martes, 8 de noviembre 2022

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Suele pasar. Estás en una tertulia a la sopa boba, de sobremesa un tanto plomiza, cuando alguien suelta la bomba. Da igual cual. Es lo de menos. ¿Y cómo te enteraste?, le preguntas. Agarra el smartphone, como si ese gesto le otorgara cierta autoridad, y te espeta: Me llegó por el móvil. Y a mí se me dispara la tensión. Cinco años de carrera, 22 en el oficio, 600.000 kilómetros en dos coches y 3.290 contactos en la agenda del móvil tirados literalmente a la basura. Son los números de un periodista mediocre, de pueblo, pero también eso es lo de menos.

Y es que el móvil, y lo que por esa caja tonta vierta cualquiera, se fuma la credibilidad de quien sea, hasta de la mismísima Ana Blanco. Un tipo en un plano tan corto que le ves hasta las espinillas, vomitando estupideces con convicción mitinera y desgranando datos como millos sin citar una sola fuente, tiene hoy día para mucha gente más credibilidad que 40 años, 60 o 100 de trayectoria de una cabecera periodística. Da vértigo, pero está pasando.

Pero no, no nos engañemos. De la misma manera que allá por los 70 España no se acostó franquista y se levantó demócrata, a la masa lectora de este país no le dio de repente un aire. La mecha de los males la encendimos los propios periodistas, y con nosotros, las empresas del sector. Hemos estado a merced de la tempestad, sin rumbo fijo y esperando a que escampe en un entorno más inestable y líquido que una ciénaga. Los cambios han sido tan vertiginosos que casi nos pasan de largo.

El problema tiene varias claves. Una. Ni la profesión ni los lectores hemos sabido adaptarnos todavía a las nuevas reglas del juego que han impuesto Internet y las redes sociales. Dado ese escenario, una primera mala noticia para ambos. El buen periodismo no sale gratis. Nunca. Los periódicos parece que ya se están dando cuenta. Por fin, después de tantos años cobrando en el kiosco lo que regalaban vía web. Ahora queda convencer al lector y no va a ser fácil.

Y una segunda mala noticia. Tampoco cualquiera, por muchos píxeles que tenga en su móvil o por mucha jeta que le eche, puede ser periodista. Eso ya lo sabíamos los profesionales, pero también nos falta convencer al lector-oyente-espectador. La gratuidad, la inmediatez y la accesibilidad que proporcionan la red y todas sus armas han democratizado la información, es verdad, pero también la ignorancia. Internet, igual que la actualidad, es como una selva, y siempre es bueno llevar un guía, o mejor varios, que te den el mapa con el que interpretarla.

Y una segunda clave. La profesión le ha ido perdiendo el pulso a la calle y cada vez ha ido cayendo más rendida a la moqueta y al periodismo por cable, el del teléfono, o por antenas, si es por móvil. Por inercia primero. Y por necesidad después. Somos muchos menos que hace 20 años y no llegamos a todo, así que cada vez dependemos más de los contenidos enlatados y legítimamente interesados que te cocinan las instituciones, armadas hasta los dientes de periodistas. Las hay con más redactores que muchos digitales.

Con todo, nada que reprochar a esta tendencia (la comunicación siempre es buena) si no fuera porque hay gobiernos que usan esas redacciones paralelas no ya como cortafuegos, sino como murallas pretorianas del oscurantismo.

¿La consecuencia? La pérdida de credibilidad. Hay demasiada gente convencida de que políticos y periodistas comen en el mismo plato. No es así, por más que, es verdad, haya medios riega-bulos al servicio del poder, y por más que, también, haya mucho poder interesado en que esa sucia mancha contagie al resto. Ya es sabido que la prensa estorba y que, cuanto más desacreditada, mejor para ciertas élites.

Dicho esto, esta misa aún no está dicha. Se han perdido batallas, pero no la guerra. Canarias7 y sus 40 años de trayectoria dan fe de ello. A pesar de los pesares, sigue saliendo a la calle como aquella mañana de 1982. Esta, como otras cabeceras, apenas hace bulto ya en los kioscos, pero son los periódicos los que copan las audiencias digitales. El periodismo tiene más vidas que un gato y sabrá readaptarse. Más nos vale. Su muerte no será el fin de la historia, pero sí de la democracia. El derecho a la información plural y diversa es la principal vacuna contra la opresión, el totalitarismo y la falta de libertad. La libertad de verdad, no la que manosea Ayuso.

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